«Le reconocieron al partir el pan»: conmemoración de la manifestación del Señor resucitado en Emaús el Lunes de Pascua | Custodia Terrae Sanctae

«Le reconocieron al partir el pan»: conmemoración de la manifestación del Señor resucitado en Emaús el Lunes de Pascua

Emaús, 9 de abril de 2012

La mañana del Lunes de Pascua, a primera hora, los frailes franciscanos de la Custodia de Tierra Santa han salido de Jerusalén para acercarse hasta Emaús en este día que rememora la manifestación del Señor resucitado a los dos apóstoles, Cleofás y Simeón, que, desilusionados y desesperanzados por el dramático fin con que terminó Jesús, condenado a muerte y crucificado, habían dejado la Ciudad Santa para volver a este pueblo cercano donde vivían. Era la tarde de la Pascua, pero para estos dos discípulos que no habían aún experimentado la resurrección de Jesús, era la tarde de una inmensa amargura. Pero por el camino se encontraron con Jesús, que les explicó, a través de las Escrituras cómo el Mesías debía sufrir y morir para alcanzar su gloria. Sentado a la mesa con ellos, Jesús tomó el pan, lo bendijo y lo partió. En ese momento los dos discípulos le reconocieron, pero Jesús desapareció de su vista; eso sí, les dejó el don de Sí mismo en el pan partido. Ellos, reanimados y entusiasmados, volvieron a Jerusalén para contar a los demás discípulos lo que había sucedido.

El minúsculo y simple pueblecito árabe de al-Qubayba (pequeña cúpula), no sin discusión identificado por la tradición con la localidad de Emaús citada por el evangelista Lucas (24,13-35) en su relato del encuentro de Jesús resucitado con los dos discípulos por el camino, se encuentra al Oeste de Jerusalén, precisamente a aquella corta distancia (60 estadios, que equivalen a unos 12 km) que aparece en el texto evangélico y que se puede recorrer en una o dos horas de camino. Pocas son las informaciones que existen sobre la identidad de aquellos dos hombres que, mientras dejaban a sus espaldas la Ciudad Santa para regresar a su propia casa –a Emaús-, se encontraron con Jesús por el camino. San Lucas dice que uno de ellos se llamaba Cleofás (24,18), probablemente el marido de María de Cleofás, hermana de María, Madre de Jesús, y una de las mujeres que estuvo a los pies de la cruz, en el calvario (Jn 19,25). Según la tradición, el otro discípulo era Simeón, uno de los cuatro hijos de Cleofás y María, convertido después en el segundo obispo de Jerusalén.

Entre las blancas casitas de Emaús, un pueblo hoy enteramente musulmán, a excepción de una sola familia y pocos religiosos, los franciscanos construyeron, a comienzos del siglo XX, el santuario de la Manifestación del Señor sobre las ruinas de una iglesia anterior que la tradición sitúa sobre el lugar de la casa de Cleofás. En el interior de este edificio de estilo cruzado, realizado en piedra viva sin yeso, en la nave de la izquierda se conservan aún los restos de la casa de Cleofás protegidos por baldosas de color rojo. Precisamente aquí, invitado por los discípulos fascinados por la conversación mantenida durante el trayecto, Jesús entró y se sentó a la mesa. El momento culminante, al bendecir y partir el pan durante la cena, cuando los dos le reconocieron, está reflejado en el grupo escultórico que se encuentra sobre el altar, al fondo del ábside central. En la representación, Jesús está sentado en el centro de la mesa, como un doctor de la Ley que con su sabiduría ha desvelado el sentido de todas las Escrituras. En el exterior del santuario, además de una colina que custodia, a ambos lados del trazado de una antigua vía romana, los restos de construcciones cruzadas, se llega a la terraza del jardín de los franciscanos, desde la que se disfruta de una amplia vista sobre toda la región y que, aún hoy, ofrece un panorama espléndido.

Como es tradición, la mañana del Lunes de Pascua se celebra aquí la santa misa solemne para conmemorar aquel encuentro extraordinario, acaecido en el escenario del pequeño pueblo de Emaús. Actualmente, a este lugar, custodio de una memoria tan preciosa, no es fácil llegar, ni siquiera para los peregrinos, debido a su situación, en territorio palestino, y que obliga, para llegar, a pasar a través de distintos check-points israelíes. A pesar de ello, en este día de fiesta, al grupo de franciscanos se han unido muchos amigos y colaboradores de la Custodia y numerosos cristianos locales, especialmente de la parroquia de San Salvador, en Jerusalén, que tienen gran aprecio a esta cita anual pues le permite visitar el santuario, difícilmente accesible de otra forma. Había también muchos peregrinos que, al menos con ocasión de esta fiesta, han querido venir también a Emaús.

La santa misa ha estado presidida por el custodio de Tierra Santa, fray Pierbattista Pizzaballa, con el que ha concelebrado el vicario custodial, fray Artemio Vítores. Animando la liturgia estaban el Coro Magníficat de la Custodia franciscana de Tierra Santa y el coro español San Antonio de Iralabarri, en Bilbao. Este último, que se encuentra de gira por Tierra Santa, entre el 6 y el 15 de abril, ofreciendo una serie de conciertos, ha interpretado, en el curso de la jornada, una muestra de su propio repertorio precisamente en el interior del santuario, ante el altar mayor sobre el que se encuentra la representación de Jesús en la mesa con los dos discípulos de Emaús. Al finalizar la santa misa, los fieles se han dirigido hacia el custodio, que se encontraba en el altar, para recibir de sus manos el pan bendito que había permanecido en las cestas, bajo el altar, durante la celebración y que representa el símbolo auténtico de esta jornada.

Tras un breve descanso en el jardín, donde todos has podido disfrutar de la belleza del lugar, los presentes se han vuelto a reunir para almorzar, un espléndido almuerzo ofrecido en el refectorio del convento por fray Franciszek Wiater, guardián del santuario de Emaús.

Por la tarde la asamblea se ha vuelto a reunir en oración durante la exposición eucarística, la celebración del rezo de la hora de Vísperas y la bendición final, terminando con el canto Regina coeli, laetare, alleluia. Después, los autobuses han tomado el camino de vuelta y también los frailes han retornado a Jerusalén, cada uno llevando en su corazón la certeza renovada de que el Señor está cerca de nosotros en el camino de la vida, sobre todo en los momentos de incertidumbre y desorientación. Jesús nos ofrece los dones esenciales para vivir en plenitud el encuentro con Él, resucitado y vivo junto a nosotros todos los días: su Palabra vivificante y la Eucaristía, en la que Él se hace presente en persona y se entrega totalmente para hacernos partícipes de la plenitud de la comunión con Él. Escribe el papa Benedicto XVI: «Este estupendo texto evangélico contiene ya la estructura de la santa misa: en la primera parte, la escucha de la Palabra a través de las sagradas Escrituras; en la segunda, la liturgia eucarística y la comunión con Cristo presente en el sacramento de su Cuerpo y de su Sangre. La Iglesia, alimentándose en esta doble mesa, se edifica incesantemente y se renueva día tras día en la fe, en la esperanza y en la caridad. [...] Este camino hacia Emaús, por el que avanzamos, puede llegar a ser el camino de una purificación y maduración de nuestra fe en Dios. También hoy podemos entrar en diálogo con Jesús escuchando su palabra. También hoy, Él parte el pan para nosotros y se entrega a sí mismo como nuestro pan. Así, el encuentro con Cristo resucitado, que es posible también hoy, nos da una fe más profunda y auténtica, templada, por decirlo así, por el fuego del acontecimiento pascual».

Texto de Caterina Foppa Pedretti
Fotos de fray Giorgio Vigna