Las procesiones del Domingo de Ramos en Jerusalén: de la solemnidad a la alegría | Custodia Terrae Sanctae

Las procesiones del Domingo de Ramos en Jerusalén: de la solemnidad a la alegría

Este año todas las Iglesias celebran la Pascua, y por tanto la Semana Santa, en los mismos días. Así, este domingo 28 de marzo, desde las 7 de la mañana, la basílica del Santo Sepulcro se ha llenado de peregrinos mientras se celebraban al mismo tiempo todos los oficios. En este caso, el recogimiento de los fieles es cuestión de fe porque los espacios que pertenecen a los distintos ritos están muy delimitados y la voces, y sobre todo los cánticos, se entremezclan y, en ocasiones, se crea una sinfonía que se puede definir como… singular.

Gracias a los libros litúrgicos que se ponen a disposición de los peregrinos, el que quiere seguir realmente y concentrarse en la liturgia franciscana en el Santo Sepulcro puedo participar de la oración y vivir la conmemoración del día: la entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén.

Pero, antes de escuchar la lectura de la Pasión, el momento más hermoso y al mismo tiempo más solemne es el de la bendición de los Ramos, realizada por el obispo –este año ha presidido la celebración Mons. Kamal Hanna Batish en representación del Patriarca Mons. Fouad Twal- y después, la procesión alrededor de la tumba vacía. La semioscuridad en que se encuentra a estas horas de la mañana la basílica, el rojo de las vestiduras sacerdotales, el verde de los grandes ramos de palma portados por los seminaristas del patriarcado y por los numerosos franciscanos presentes, el ruido de las palmas cuando se agitan, las aclamaciones de alegría de los peregrinos coptos egipcios cada vez que se pasa por su espacio… todo ello hace de las tres vueltas de la procesión en torno al edículo al mismo tiempo algo hermoso, solemne, impresionante y emocionante, tanto si se tiene la suerte de seguirla como si tan sólo se puede observar cuando ésta pasa.

La procesión de la tarde es también una celebración litúrgica que tiene su comienzo en el santuario de Betfagé con una lectura, una proclamación del evangelio y una bendición del patriarca, y que termina en Santa Ana, junto a los Padres Blancos, con un pequeño discurso del patriarca y una bendición solemne. Pero, en comparación con la de la mañana, esta procesión es mucho más festiva, casi folclórica, alegre como ninguna y decididamente ecuménica. De hecho, a la procesión se han unido numerosos coptos ortodoxos llegados desde Egipto y también un buen número de protestantes de las distintas Iglesias presentes en Jerusalén, hasta la pequeña comunidad Mennonitia, que se entrecruza cada tanto por el barrio cristiano de la Ciudad Vieja. Hasta los franciscanos se adaptan a este nuevo estilo: la solemnidad del gregoriano deja paso a la alegría de himnos más espontáneos. Los estilos que se pueden ver son tantos como numerosos son los grupos que están presentes: los fieles de las parroquias de Ramallah, Taybeh, Nazaret, Jafa, las distintas comunidades religiosas de Tierra Santa y los muchos grupos de peregrinos que están de paso. Una vez dentro de los jardines de Santa Ana, todos son recibidos por los cantos y la animación del grupo de música cristiana Al Raja.

Con la llegada del Patriarca se hace silencio. Su Beatitud ha bajado desde el Monte de los Olivos acompañado por el Nuncio Apostólico, Mons. Antonio Franco, de distintos obispos, del Custodio de Tierra Santa, fray Pierbattista Pizzaballa, precedido por los seminaristas mayores y menores y seguido por algunos invitados, entre ellos el Cónsul General de Francia, Mr. Frédéric Desagneaux.

Sus primeras palabras recuerdan que Jesús no tuvo que pasar controles ni sufrir ninguna humillación para llegar hasta Jerusalén. Estas palabras se refieren seguramente a lo que ha ocurrido con dos parroquianos de los Territorios ocupados por Israel a quienes no se les ha permitido pasar el puesto de control, a pesar de haber obtenido un salvoconducto para la fiesta. Posteriormente, el Patriarca ha seguido con una invitación a “seguir a Cristo y entrar, como Él hizo, en la ciudad, en la sociedad, para escuchar sus palabras, observar sus gestos, comprender el amor que explotará en esta ciudad santa y martirizada, para crear un mundo nuevo de hombres, mujeres, jóvenes, santos, servidores de Dios. Dejémonos enseñar por su ejemplo para poder también nosotros ayudar a aquellos que sufren la injusticia, la falta de libertad y la hipocresía. La pasión de Cristo es una prueba a través de la cual el Señor carga sobre sí nuestros sufrimientos y nos conduce hacia la Resurrección.Todos estos días de la Pasión de Cristo no se pueden explicar si no es a través del amor”. El resto de la semana nos permitirá redescubrir hasta qué punto el Señor ha amado a los suyos.

Mab