La Natividad de María, celebrada en la iglesia de Santa Ana | Custodia Terrae Sanctae

La Natividad de María, celebrada en la iglesia de Santa Ana

UNA ANTIGUA TRADICIÓN. El 8 de septiembre es desde hace siglos el día en el que la casa de San Joaquín y Santa Ana se llena de fieles. La tradición sitúa en esta fecha la fiesta del nacimiento de María, celebrada en Jerusalén en la iglesia de Santa Ana, justo donde los evangelios apócrifos dicen que estaba la casa de los padres de la Virgen. Para la Custodia de Tierra Santa la celebración del nacimiento de María es una ocasión inevitable, mantenida a lo largo de los años, incluso cuando en ese lugar estaba prohibido el culto cristiano. Construida por los cruzados, la iglesia sobrevivió en las épocas sucesivas porque el conquistador de Jerusalén, Saladino, la dedicó a ser escuela de derecho coránico de la corriente shafiita. «Aunque la basílica estaba en manos de los musulmanes y no era lugar de culto, los frailes entraban por una pequeña ventana y celebraban la liturgia en secreto, bajo el altar, donde hoy está la cripta actual», explica fray Stephane Milovitch, llegado junto con otros frailes de la Custodia para celebrar la fiesta. A partir de las excavaciones llevadas a cabo en la zona, también se descubrió que en ese lugar se encontraban varias piscinas para los lavados rituales, entre ellas la Probática (llamada también de Betzata, Betesda o Bethsaida), donde tuvo lugar el episodio evangélico de la curación del paralítico (Jn 5, 2-18)

SANTA ANA Y FRANCIA. Desde el convento de San Salvador, con los kawas abriendo el cortejo, los franciscanos llegaban a la iglesia de Santa Ana poco antes de las nueve, a tiempo de entrar en procesión junto a los religiosos de la congregación local. La orden de los Misioneros de África custodia el lugar desde la segunda mitad del s. XIX, cuando el emperador francés, Napoleón III, consiguió restituir el edificio a los cristianos, a cambio de la ayuda prestada al sultán durante la guerra de Crimea (1854-56).
La iglesia y el convento son, por tanto, zona protegida por Francia todavía en la actualidad, y por eso la misa se celebró en francés. Los padres Misioneros de África – llamados padres blancos, debido a su hábito – se sentaban entre los asistentes y en el altar, junto con la comunidad de franceses de Jerusalén, los frailes franciscanos, peregrinos y habitantes de la localidad.
En primera fila se encontraba el cónsul general de Francia, Pierre Cochard, que habitualmente asiste a muchas liturgias vinculadas a Francia. Las lecturas y el evangelio de la genealogía de Jesús se proclamaron en francés.

LA MISA Y LA ALEGRÍA. Presidía la misa fray Stephane Milovitch, mientras que la homilía estuvo a cargo de fray Teófilo. «El nacimiento de María es un signo de que Dios nos ha preparado a salvación. El nacimiento de María es signo de que Dios nos ama. Pidamos a Dios que nos haga crecer en la paz y en el amor», decía el franciscano. Al terminar, se sirvió un refrigerio para concluir la celebración con un momento de comunión fraterna.
Uno de los padres blancos, Trèsor, contaba lo especial que es esta solemnidad: «Soy seminarista y vengo del Congo. La de hoy es realmente una fiesta grande para nosotros los Misioneros de África». El padre Giò, responsable de la comunidad de religiosos, explicaba que «las dos fiestas importantes para la iglesia de Santa Ana son la de hoy y la del 8 de diciembre». El superior de los Misioneros de África, de origen suizo, contaba también algo sobre la comunidad: «Nuestra congregación cuenta aquí con veinte personas, de las cuales diez son sacerdotes y diez seminaristas. Entre nosotros hay consagrados de quince nacionalidades distintas de África». «Celebrar la Natividad de María aquí no es como hacerlo en Roma o en cualquier otra parte. Estamos en un lugar santo, por eso estar aquí hoy es algo que me conmueve y me emociona», concluía el padre Giò.

Beatrice Guarrera