La maravillosa radicalidad de la Navidad: fray Artemio celebra la santa misa en la Gruta de la Leche de Belén | Custodia Terrae Sanctae

La maravillosa radicalidad de la Navidad: fray Artemio celebra la santa misa en la Gruta de la Leche de Belén

Belén, 20 de diciembre de 2011

En un clima de recogimiento y esperanza se ha celebrado la santa misa esta mañana, a pocos días ya de la Navidad, en la capilla del convento de las religiosas adoratrices perpetuas del Santísimo Sacramento, adyacente al santuario de la Gruta de la Leche de Belén. La celebración ha estado presidida por fray Artemio Vítores, vicario custodial, y animada por la comunidad de religiosas que, como todas las mañanas durante el período de Adviento, ha dado vida a la liturgia con la dulzura de su servicio y del canto gregoriano. Como es habitual en este tiempo de preparación para la Navidad, la celebración se ha retransmitido en directo por televisión por Tv2000 y, a través de internet, por el sitio web institucional de la Custodia de Tierra Santa.

El escenario en el que se ha celebrado la santa misa –la capilla de la adoración- es un lugar realmente sugerente gracias a la simplicidad de su decoración y su diseño, que lleva la atención al tabernáculo que custodia la Eucaristía, el cuerpo vivo del Señor, sobre un hermoso crucifijo dorado colocado sobre el pequeño altar y ante el cual se encuentra un pesebre vacío que espera, rodeado de unas bellísimas estrellas rojas de Navidad, el alegre acontecimiento del nacimiento del Salvador.

Este nacimiento del Niño Jesús nos sorprende, nos hace más conscientes –ha explicado fray Artemio en su homilía- de la maravilla del Cristianismo que se hace concreto, tangible. «Dios, de hecho, no es una entidad abstracta sino una realidad concreta que se hace presente en el tiempo y en el espacio. Como se lee en la Carta a los Hebreos (1,1-2), "Muchas veces y de muchas maneras habló Dios en el pasado a nuestros Padres por medio de los Profetas. En estos últimos tiempos nos ha hablado por medio del Hijo". Y la Tierra Santa es precisamente el lugar en el que la plenitud de los tiempos de la Revelación se hace real y concreta en el espacio. Aquí, en Nazaret, el Verbo se ha hecho carne; aquí, en Belén, Jesús ha nacido de la Virgen María. Y la historia continúa hasta hoy mismo porque Jesús está todavía y siempre presente en la liturgia, en la Eucaristía». Damos testimonio de lo que hemos visto y tocado. «Porque Dios –sigue diciendo fray Artemio- se ha hecho hombre para nuestra salvación; se ha hecho uno de nosotros. Él ha trabajado con manos de hombre, ha comprendido y pensado con mente de hombre, ha amado con corazón de hombre. Y se ha hecho carne en el seno de una joven de Nazaret, María. La figura de María es emblemática de una criatura cuyo valor reside fundamentalmente en la fe: Ella ha abierto a Dios la puerta para entrar en el mundo gracias a su gran fe, como la pobre de Yahvé que acepta cumplir la voluntad de Dios. Y nosotros, que concebimos nuevamente a Cristo en la Eucaristía, como María debemos ser capaces de hacerle crecer dentro de nosotros, hasta poder decir con san Pablo: «Ya no vivo yo sino que Cristo vive en mí» (Gál 2,20).

Esta es la maravillosa radicalidad de la Navidad, de un Dios que, encarnándose, elige el camino de la más cercana proximidad al hombre, de hacerse signo viviente de la amistad divina porque Cristo, asumiendo nuestra condición, por un lado viene a dar cumplimiento al proyecto del Padre de construir una nueva alianza con todos los hombres, como habían anunciado los profetas; y por otro lado, eleva la misma naturaleza humana a la dignidad de la vida divina. En la Navidad, por tanto, podemos realmente ver, tocar, besar, hacer nuestro a Dios hecho niño, porque «a Dios nadie le ha visto jamás: el Hijo Unigénito, que está en el seno del Padre, él lo ha revelado» (Jn 1,18).


Texto de Caterina Foppa Pedretti