A lo largo del camino que conduce de Jerusalén a Belén, poco después del Monte de Sión, se encuentra el monasterio de Santa Clara, fundado al final del siglo XIX por la madre francesa Isabel del Calvario, y hoy habitado por una dinámica comunidad de 13 hermanas de clausura, hijas de Clara de Asís.
Con gran emoción numerosos amigos se reunieron en el monasterio para participar en las celebraciones por la Fiesta de Santa Clara, en el año en el que se celebra también el VIII centenario de la Fundación de la Orden: Primero, las vísperas solemnes, la tarde del 10 de agosto, presididas por el padre Custodio, fray Pierbattista Pizzaballa, y luego, la Santa Misa de la mañana del 11 de agosto, presidida por monseñor William Shomali, Obispo auxiliar del Patriarca Latino de Jerusalén
Todos fueron tocados por la belleza y por la intensidad de este encuentro, por la simplicidad de este pequeño mundo que quiere testimoniar la esencialidad del Evangelio, y que se hace extraordinaria riqueza en esta tierra controvertida que sufre.
Frente a la preciosa reliquia de Santa Clara, en la delicadeza de la oración, o en la paz luminosa del jardín sobre el que se asoman el convento y el albergue, dondequiera se respira la gracia de esta presencia y la conmovedora conciencia que, entre estas paredes, se custodia fielmente la memoria de una historia que precisamente en estos lugares se cumplió y que continúa viviendo en la pequeña Iglesia de Tierra Santa.
Con gran emoción numerosos amigos se reunieron en el monasterio para participar en las celebraciones por la Fiesta de Santa Clara, en el año en el que se celebra también el VIII centenario de la Fundación de la Orden: Primero, las vísperas solemnes, la tarde del 10 de agosto, presididas por el padre Custodio, fray Pierbattista Pizzaballa, y luego, la Santa Misa de la mañana del 11 de agosto, presidida por monseñor William Shomali, Obispo auxiliar del Patriarca Latino de Jerusalén
Todos fueron tocados por la belleza y por la intensidad de este encuentro, por la simplicidad de este pequeño mundo que quiere testimoniar la esencialidad del Evangelio, y que se hace extraordinaria riqueza en esta tierra controvertida que sufre.
Frente a la preciosa reliquia de Santa Clara, en la delicadeza de la oración, o en la paz luminosa del jardín sobre el que se asoman el convento y el albergue, dondequiera se respira la gracia de esta presencia y la conmovedora conciencia que, entre estas paredes, se custodia fielmente la memoria de una historia que precisamente en estos lugares se cumplió y que continúa viviendo en la pequeña Iglesia de Tierra Santa.