La entrada de Jesús en Jerusalén | Custodia Terrae Sanctae

La entrada triunfal de Jesús en Jerusalén

En la Ciudad Santa, el Domingo de Ramos  se divide en tres partes: la celebración de la Santa Misa en Betfagé el sábado por la mañana, la celebración y la bendición de las palmas en el Santo Sepulcro el domingo por la mañana y la gran procesión de la tarde, tras los pasos de Jesús, desde Betfagé a Jerusalén.

La primera parte, en la que tradicionalmente participan cristianos locales y peregrinos, así como la comunidad católica india, marcó el final de las peregrinaciones cuaresmales. “Las lecturas nos hablan de la anunciación y de la encarnación. Parece extraño, pero la Semana Santa es el mismo misterio: encarnación y redención”, aclaró fray RamziSidawi, ecónomo de la Custodia, durante la celebración de Betfagé. “Recordamos a un Rey que viene, que rompe las lanzas de la guerra; un Rey humilde, montado sobre un asno, que viene a traer paz y vida”. Fray Ramzivinculó la alegría de los discípulos en la entrada a Jerusalén con el miedo y el desaliento que les invade inmediatamente después al recordar que Jesús dijo “siestos callan, gritarán las piedras” (Lc 29, 40).  “Estamos invitados a disolvernos en el misterio de la redención, a hacer que las piedras que llevamos dentro hablen. La invitación a la vida es esto: ser testigos del Rey, vivir y anunciar el reino de nuestros corazones y ser instrumentos de paz”.

La celebración del domingo por la mañana fue presidida por monseñor PierbattistaPizzaballa, administrador apostólico del Patriarcado Latino de Jerusalén, que bendijo las palmas dentro del Edículo de Santo Sepulcro.
A continuación, justo delante del Edículo, se celebró la misa pontifical durante la que era palpable la participación emocionada y el recogimiento de los fieles que participaron, no solo por la fiesta sino también por el lugar donde se celebraba. “No puedo creer que esté aquí” decía María, una peregrina ucraniana, “para nosotros este lugar significa mucho y estar aquí hoy es realmente una gracia”.

A primera hora de la tarde, con la ayuda del vientocálido, el Khamsin, que mitigó la temperatura, comenzó la procesión tradicional desde Betfagé a Jerusalén, uno de los momentos más importantes para la vida pública de los cristianos en Tierra Santa.  Como cada año, la procesión contó con la asistencia de numerosos grupos que animaron el recorrido con alegría y entusiasmo. Cristianos locales (israelíes y palestinos), grupos polacos, franceses, italianos, españoles, asiáticos, africanos y americanos: llegaban de todo el mundo para recorrer el camino que llevó a Jesús hasta la Ciudad Santa. “Volver sobre los pasos de Jesús es lo que estamos llamados a hacer todos los días como cristianos” señaló con emoción Anita, peregrina italiana. Y precisamente sobre estos pasos caminó la Iglesia en este día. Al final de la procesión tomó la palabra una joven de Belén, que contó su experiencia en la Jornada Mundial de la Juventud de Panamá y presentó el discurso final del administrador apostólico.

“Lo que hemos vivido hoy: amor, amistad, fraternidad, el orgullo y la alegría de ser cristianos y esta profunda unidad, no proviene de nosotros sino de Jesús”, observó monseñor Pizzaballla. “Las autoridades de las Iglesias, deberíamos aprender de días como este. A pesar de nuestros grandes sufrimientos diarios, seguimos siendo imagen de la Resurrección de Cristo”.

Giovanni Malaspina