La Custodia de Tierra Santa hoy: el maestro de postulantes, fray Antonino | Custodia Terrae Sanctae

La Custodia de Tierra Santa hoy: el maestro de postulantes, fray Antonino

Han pasado 800años desde la llegada de los frailes a Oriente Medio y desde los inicios de esta aventura han cambiado muchas cosas. Sin embargo, no han cambiado el compromiso y la dedicación con los que, desde hace 800años, los frailes custodian los santos lugares y trabajan a favor de la población local. Por eso, para entender lo que es la Custodia de Tierra Santa actualmente, hay que partir de ellos y de sus historias: vienen de todo el mundo, de países muy diferentes y cada uno de ellos tiene una misión específica.

Además del trabajo de los frailes estables en Oriente Medio, también el servicio de los que se encuentran en otros lugares es fundamental para la Custodia de Tierra Santa. Fray Antonino Milazzo, por ejemplo, es maestro de postulantes en Montefalco y por eso trabaja para la Custodia desde Italia. De sus 38 años de vida, 14 los ha pasado en fraternidad, dos de ellos en Italia (postulantado y noviciado), uno en Líbano (para aprender árabe), seis en Jerusalén y cinco en Montefalco (en la casa de formación)

Comencemos por el principio. ¿Cómo comenzó tu camino de fe hasta llegar a la vocación?
Desde pequeño estaba muy cercano al Señor porque ayudaba como monaguillo en la iglesia. Mis juegos de niño quizá eran algo distintos de los de otros niños de mi edad. De hecho, mientras algunos coleccionaban cromos de futbolistas o jugaban al balón, yo coleccionaba estampas y me divertía celebrando procesiones y misas al aire libre. Cuando tenía aproximadamente 10 años asistí a la consagración como monja de una prima mía y recuerdo que fue tanta la alegría que me trasmitió que le dije a mi madre: “de mayor quiero ser sacerdote”.

Pasaron los años y comencé a frecuentar la acción católica y un grupo que se ocupaba de la ayuda a los pobres y los sufrientes. A la edad de 16 años tuve la primera gran crisis: sentía que el Señor quería algo más de mí, y así lo percibía en las palabras del Evangelio: “la mies es mucha pero pocos los obreros”, “ve, vende todo lo que tienes y dáselo a los pobres, entonces ven y sígueme”, y otras frases parecidas que siempre me dejaban un sentimiento de intranquilidad. Decidí entonces hablar con mi madre, que me convenció de que era solo una ilusión, que era lo que la gente esperaba de mí, al verme siempre en la iglesia. Desde aquel momento hice callar a la voz que llamaba a mi corazón y me dediqué a otra cosa, a mi pasión por “el arte”.

Mi vida transcurría serena y tranquila como la de cualquier joven de mi edad, entre el estudio y el trabajo, como fotógrafo ayudante o como florista, hasta que encontré a una persona, una simple peluquera que pasaba sus días hablando de Jesús, un Jesús al que yo, a pesar de tantos años, aún no conocía; un Jesús que casi tocaba con la mano, vivo, que camina en medio de nosotros. Me convenció para confirmarme. Nunca podré olvidar aquel día. El Señor me hizo sentir su amor de forma muyintensay fue precisamente desde ese día cuando comencé a querer conocerle mejor, a pasar más tiempo en oración, escuchando su palabra, y me daba cuenta de que poco a poco iba encontrando una gran paz.

¿Cómo maduró en ti la certeza de tener vocación?
Después de la Confirmación entré en el grupo de Renovación del Espíritu. La oración de alabanza me ponía en estrecha relación con Dios. Fue justo en un retiro de este grupo cuando, durante una catequesis, un fraile habló del gran don de la llamada y del sacerdocio. Aquellas palabras me llegaron directas al corazón, tanto que después me encontré mal, comenzando una nueva crisis, que esta vez duró más. De hecho, comencé a plantearme seriamente la posibilidad de que el Señor me proponía algo distinto a lo que yo me había imaginado. Volvieron a mi mente todos los rechazos que le había hecho, todas las veces que había hecho callar su voz en mi corazón. Sin contar con que el momento no era el mejor porque me encontraba casi al final de los estudios, con un futuro abierto ante mis ojos, lleno de maravillas. Tenía miedo de contárselo a mi familia o amigos, que me habrían tomado por loco, como efectivamente sucedió después. Pero el Señor decide de otra forma y así, tras hablar con mi párroco, me convencí – no sin tener dudas – de que el Señor me llamaba. Las dudas venían de mi temor a abandonarme verdaderamente a la voluntad de Dios. Me decía que quizá era una ilusión, que ya servía al Señor. ¿Por qué darle más? Tras varios tirones de orejas por parte del de arriba, empecé a frecuentar ocasionalmente al seminario de mi diócesis, a través de la universidad que aún tenía que completar, pero pronto me di cuenta de que ese no era el sitio donde el Señor me llamaba.

¿Cómo llegaste a convertirte en fraile franciscano de la Custodia?
Conocí a San Francisco y su modelo de vida evangélicade manera indirecta; escuché los preciosos testimonios de frailes de la Custodia y de clarisas, que con su ejemplo habían dejado todo para seguir al Señor pobre y crucificado. Finalmente, tras unos 6 meses, encontré mi lugar. El recorrido vocacional no estuvo exento de sufrimientos y dificultades, entre ellas la oposición de mis familiares y conocidos, o tener que completar mis estudios, que por entonces ya habían perdido su importancia. Pero el Señor se sirvió de estos pequeños problemas para fortificar mi fe en Él. Inmediatamente después de graduarme comprendí que el Señor me pedía una renuncia total para poder fiarme totalmente de Él. Como Abrahán, me hizo salir de mi tierra, dejar casa, campos, padre, madre, hermanos, hermanas, sueños, por una tierra que no conocía y que Él me señaló. Después de un largo vagar, me encontré precisamente en la tierra de Jesús, un don dentro del don, que nunca me habría esperado, todavía siguiendo este camino de seguimiento en busca del Señor. La Tierra Santa me cambió los ojos, el corazón, la percepción de la vida, de la fraternidad, de un Dios que es Padre de todos y quiere la salvación de todos. Un gran tesoro que llevo en el corazón donde quiera que el Señor me llame para servirle.

¿Cuál es tu misión actualmente?
Actualmente me dedico a acompañar, como maestro, a otros jóvenes en esta bellísima aventura de descubrir la voluntad de Dios en la propia vida. Jóvenes totalmente diferentes entre ellos por personalidad, historia, lengua, cultura y modo de ver y concebir la vida y el mundo en general. Eso significa para mí el compromiso de hacer de “tantos colores” un “único cuadro”, un solo corazón y una sola cosa en Jesucristo.

¿Qué es lo que te impulsa en esta misión?
Es un compromiso precioso, a veces agotador pero también lleno de alegrías y frutos, que se alimenta constantemente de la oración, de la “santa paciencia” del agricultor y la ayuda del Espíritu Santo, para poder discernir lo que es realmente agradable a Dios, movido siempre por la búsqueda del bien verdadero para los jóvenes en camino. Al acompañarles intento emplear lo primero que he aprendido de mi historia personal, intento trasmitir la centralidad y la pasión por Jesucristo sin el que este recorrido no tendría razón de ser.

¿Cuál es tu relación con la figura de San Francisco?
En mi misión, obviamente me acompaña la búsqueda y el descubrimiento de la figura de Francisco que vivió precisamente en esta “tierra santa franciscana”, trabajó y después partió hacia Oriente para llevar la paz. Para mí Francisco es modelo de fraternidad, de minoridad, de pobreza evangélica, de diálogo, de identidad carismática, en definitiva, sin la cual perdería el estilo misionero.

¿Tienes algún mensaje para los jóvenes que están en discernimiento?
A los jóvenes que buscan les diría: deseo que podáis realizar el proyecto que Dios tiene para vuestra vida, porque es con Él con quien realmente llegamos a ser aquello a lo que somos llamados y conseguimos la felicidad que deseamos ardientemente.
N.S. - B.G.