Jueves Santo: del Santo Sepulcro a Getsemaní, pasando por el Cenáculo | Custodia Terrae Sanctae

Jueves Santo: del Santo Sepulcro a Getsemaní, pasando por el Cenáculo

Misa crismal y misa de la Cena en el Santo Sepulcro

La ciudad todavía duerme mientras el sol empieza lentamente a ascender; pero las campanas suenan ya para avisar al pueblo cristiano: el misterio de la Redención empieza aquí, en Jerusalén, en el Santo Sepulcro.

¡Cómo no apreciar la atmósfera particular que reina ya en la basílica de la Resurrección en esta mañana de Jueves Santo! Hay solemnidad, sí, y la asamblea y los sacerdotes presentes están aquí para manifestarlo. El patriarca en su homilía lo recuerda: «Es la fiesta del sacerdocio, ¡es vuestro día!». Esta marea de sacerdotes vestidos de blanco ha venido para renovar las promesas de la ordenación y para concelebrar la misa con los obispos auxiliares y el nuncio.

También la alegría se ve en los rostros de los distintos peregrinos. Hay un grupo de peregrinos colombianos que espera con cierta agitación el comienzo de la celebración. «¿Que si estoy contenta? ¿Y cómo no estarlo? –dice entusiasmada una fiel- Es mi primera Pascua aquí», afirma sonriendo, casi sorprendida de estar en un lugar tan especial.
El Santo Sepulcro acoge a fieles procedentes de distintas naciones: parroquianos árabes que por nada del mundo faltarían a las celebraciones pascuales, pero también peregrinos apenas llegados de los cuatro puntos cardinales. Para ellos, cada gesto es algo maravilloso.

La misa es especial. Celebrada por la mañana, agrupa al mismo tiempo la celebración de la última Cena, la misa crismal y la procesión al sepulcro, engalanado en el edículo del Santo Sepulcro.

Es necesario decirlo: es conmovedor. Estar aquí, en el centro de la cristiandad, donde todo lo que se celebra ocurrió hace 2.000 años. El patriarca y los sacerdotes, fieles y curiosos, personas locales o extranjeros, todos acompañan a Cristo en su misterio.
Los mismos ritos se celebrarán hoy por toda la cristiandad, pero nada puede sustituir la densidad espiritual y emotiva que habita entre estos muros, adonde los cristianos vienen desde hace siglos para revivir la Pascua del Señor, para pasar, con Cristo, de la muerte a la vida.

Los franciscanos reciben las llaves del Santo Sepulcro

Según la tradición, la familia musulmana –a quienes desde el Medievo se les confiaron las llaves del Santo Sepulcro- la entregan simbólicamente a los franciscanos. En ausencia del vicario custodial, el honor de portarla al Santo Sepulcro le ha correspondido al padre Atanasio Macora –el más antiguo de los discretos (consejeros) de Tierra Santa presentes en Jerusalén-. Las puertas se han abierto durante algunos minutos para dejar entrar a los religiosos que permanecerán en oración ante el Santísimo Sacramento, que se coloca en la tumba.

En el Cenáculo, doce niños representan a los apóstoles

Son las 15.00 horas, los frailes franciscanos se reúnen en la entrada del convento de San Salvador para peregrinar al Cenáculo y después a la catedral armenia de Santiago, para terminar en la iglesia siríaca de San Marcos. Los peregrinos, mezclados con las familias cristianas de la ciudad vieja han seguido el ritmo marcado por los kawas.
Llegados al Cenáculo, se evocan los acontecimientos que se sucederán, entre ellos el lavatorio de los pies, que realizará el padre custodio, Pierbattista Pizzaballa. La sala ya está llena. Peregrinos, cristianos locales y turistas asisten al inicio de la celebración. Los niños están nerviosos por la asamblea que les rodea y la atención que se les presta. En semicírculo, asisten a la celebración junto al padre Firás Hiyazín, el párroco.

El custodio lava los pies de los niños en presencia de los padres, emocionados. «Imagínate, soy de Jerusalén y es la primera vez que he visto el Cenáculo», dice la madre de Samir, uno de los doce niños. «¡Qué alegría verlo en el centro de este hermoso ritual!».
«Realizar este ritual, especialmente conmovedor y rico en humildad, en el Cenáculo es una experiencia única –afirma Yabra Maylaton, padre de Sáher, también de los doce-. Este acto marcará a estos niños de por vida».
Mirando a sus amigos con una gran sonrisa, Sáher añade: «Cuando me eligieron para estar entre los doce, me sentí precisamente como uno de los doce apóstoles».

«Velad y rezad para no caer en tentación»

Hay un gran silencio en la basílica de la Agonía. La vigilia de la Hora Santa presidida por el custodio de Tierra Santa, fray Pierbattista Pizzaballa, espera el visto bueno de las telecámaras que retransmiten en directo el oficio en el sitio del CMC y de numerosas cadenas de televisión.
La basílica está abarrotada de peregrinos y fieles locales venidos de ciudades vecinas. En este silencio, ante la piedra de la Agonía, es momento de oración y recogimiento.
«Velad y rezad para no caer en tentación», ha recordado el custodio. Después, se han evocado los tres principales momentos que tuvieron lugar en este sitio: la predicción por parte de Jesús de la negación de Pedro y la huída de sus discípulos, la agonía de Cristo en el jardín y, finalmente, su arresto.
Jóvenes y adultos, en pie o sentados en el suelo, rezan juntos. «¡Qué intenso momento de oración, al que se une la alegría de estar en esta basílica!», dice sor Zina.
La vigilia llega a su fin, los fieles dejan la basílica para empezar la procesión de antorchas hasta la iglesia de San Pedro in Gallicantu, atravesando el valle del Cedrón.
En la plaza, la gran cantidad de peregrinos que se han quedado iluminan la calle con velas y antorchas. Algunos empiezan ya a cantar. «Somos de Ramala –exclaman Mira y Alín-, estuvimos el año pasado y volveremos el año que viene, porque esta vigilia es el testimonio de una comunión intensa. ¿Qué hay más hermoso? Venid también vosotros el año que viene con vuestra alegría. ¡No faltéis!».