El miércoles 18 y el jueves 19 de junio, la Custodia de Tierra Santa, los religiosos y l aiglesia local celebraron la solemnidad del Corpus Christi (o “Corpus Domini”) en la basílica del Santo Sepulcro de Jerusalén.
Este año, debido a la escalada de la tensión en Tierra Santa, la celebración tuvo lugar de forma reducida y solo se permitió la participación de un número limitado de religiosos.
Instituida en 1247, la solemnidad del Corpus Christi nace con la intención de honrar la presencia real de Cristo en la Eucaristía, conmemorando el misterio que se contempla la noche del Jueves Santo. Esta celebración – junto con la fiesta del Descubrimiento de la Santa Cruz – ofrece una oportunidad para adentrarse aún más íntimamente en el misterio de la pasión y muerte de Jesús, poniendo la Eucaristía en el centro de la contemplación. Colocada en el tiempo litúrgico posterior a la Pascual, la solemnidad invita a los fieles a profundizar en los misterios del triduo pascual, que en Semana Santa se viven a lo largo de tres días distintos.
En la tarde del miércoles 18 de mayo, el Patriarca fue recibido en la basílica por los frailes franciscanos y fray Stéphane Milovitch, presidente del Santo Sepulcro. Inmediatamente después de su llegada, el cardenal presidió las primeras vísperas de la solemnidad, celebradas ante el edículo del Santo Sepulcro, junto con un número reducido de religiosos.
Concluidas las vísperas, se llevó a cabo la tradicional procesión dirigida por los franciscanos, que recorrió los lugares sagrados de la basílica y terminó con la oración de completas.
Durante la noche, según el rito litúrgico, se celebró el oficio de la Vigilia, presidido por el Custodio de Tierra Santa, fray Francesco Patton, también ante la tumba vacía.
El día de la fiesta, el jueves 19, el Patriarca hizo de nuevo su entrada en la basílica para rezar los laudes matinales. A continuación, se celebró la misa solemne, a la que asistió un pequeño grupo de fieles.
“Vivimos un tiempo de verdadera hambre – afirmó el cardenal Pizzaballa en su homilía – y a ella se une el hambre de justicia, de verdad, de dignidad”.
Al recordar la trágica situación en Gaza y en otras partes del mundo, el Patriarca invitó a los fieles a depositar su esperanza en Cristo. “Permanecer en Cristo nos hace capaces de vivir nuestra pobreza, nos permite vivirla como una oportunidad de compartir y de comunión, de confianza y de entrega”.
Al final de la celebración eucarística, tuvo lugar la procesión con el Santísimo Sacramento, acompañada de cantos e himnos solemnes. El Patriarca, seguido de los frailes franciscanos, los seminaristas del Patriarcado Latino y los concelebrantes, dio tres vueltas alrededor del edículo, la última de las cuales incluyó también la piedra de la Unción. Posteriormente, entró con el Santísimo dentro del edículo, donde tuvo lugar la adoración. La procesión concluyó con la bendición por parte del Patriarca en tres sitios distintos de la basílica: a la entrada del edículo, frente el altar de Santa María Magdalena y en la capilla franciscana del Santísimo.
Lucía Borgato