Fiesta de la Ascensión: «También yo veré el cielo» | Custodia Terrae Sanctae

Fiesta de la Ascensión: «También yo veré el cielo»

Las celebraciones de los franciscanos de Jerusalén con motivo de la Ascensión del Señor en el monte de los Olivos comenzaron en la intimidad, contando la presencia de un grupo de religiosas de la ciudad santa. Hay que señalar que el día de la vigilia de la fiesta, con algunas calles cortadas al tráfico y el consecuente engorro que esto supone, no solo para el tráfico, con ocasión del Yom ha Yerushalayim, el día de Jerusalén, podrían haber disuadido a aquellos que pensaban acercarse andando hasta la cima del monte. Los frailes, antes del cierre del acceso a la ciudad vieja, pudieron llegar hasta el lugar en autobús para recibir al vicario custodial, fray Artemio Vítores, en el momento de su entrada solemne en el lugar de la Ascensión que, desde el tiempo de las cruzadas hasta hoy, forma parte de las propiedades del waqf (institución religiosa musulmana).

Tras el rezo de vísperas, seguido poco después por el de completas, la gran mayoría de los frailes volvió al convento de San Salvador, en la Puerta Nueva; pero, al margen de las celebraciones del Día de Jerusalén y de los desórdenes ocurridos en la Puerta de Damasco, no lejos del lugar donde el autobús ha dejado a los frailes, el acceso a la ciudad vieja estaba ya cerrado. La policía –obedeciendo las órdenes recibidas y desconociendo ciertamente el significado del hábito religioso- no se ha dejado persuadir fácilmente, aunque finalmente ha permitido a los frailes entrar en la ciudad.

Cuando los mismos frailes, esta vez de noche, se han acercado nuevamente al lugar de la Ascensión para el rezo del oficio de lecturas, a las 23.00, el episodio estaba ya olvidado. Terminado el oficio, al que se han unido algunos peregrinos y religiosos residentes en Jerusalén, ha comenzado la celebración de las santas misas. Así, siguiendo la tradición, la noche entre el miércoles y el jueves de la Ascensión, los católicos pueden celebrar la eucaristía en la capilla, en la que durante el resto del año está prohibido el culto; es un derecho que los franciscanos obtuvieron de las autoridades otomanas, como recordó fray Artemio en su homilía (abajo se encuentra el texto en formato PDF).

Desde la medianoche hasta las 7.30 de la mañana, cada media hora se ha celebrado una misa y los grupos se han ido relevando en la capilla, así como en los dos altares portátiles colocados en torno al edículo. Alemanes, indios e italianos han iniciado la oración, como centinelas sobre la ciudad. Después, a este primer grupo se han unido los cristianos de Nazaret, siempre fieles a esta celebración, acompañados por su pastor, fray Jack Karam ofm. La última de estas breves misas celebradas en la capilla ha sido la del nuncio apostólico. Después, los fieles presentes han podido rezar junto a la roca que señala, según la tradición, la subida de Jesús al cielo mientras que fuera, antes de la misa solemne del día, el párroco de Jerusalén, fray Firás Heyazin, ha celebrado para los fieles de la parroquia.

Ante un centenar de personas, además de los frailes, el vicario custodial ha presidido la misa solemne de las 9.30 horas. En su homilía, fray Artemio ha insistido en la promesa de la vida eterna, confesada en el Credo, que la fiesta de la Ascensión nos abre a todos; por así como Cristo subió al cielo, «también nosotros veremos el cielo si seguimos los pasos de Jesús, que es el camino, la verdad y la vida». Él lo prometió a sus discípulos: «Volveré y os llevaré conmigo, para que donde estoy yo estéis también vosotros» (Jn 14,3). Fray Artemio ha animado a la asamblea a volver a Jerusalén como testigos de Cristo.

A la salida de la misa, los fieles han querido venerar otra vez el lugar de la Ascensión para luego, sin mirar ya hacia el cielo, regresar todos a Jerusalén en espera de la próxima fiesta, Pentecostés, que pondrá punto final al tiempo pascual.