«Es el Espíritu el que da testimonio»: fiesta del Bautismo del Señor en el río Jordán | Custodia Terrae Sanctae

«Es el Espíritu el que da testimonio»: fiesta del Bautismo del Señor en el río Jordán

Jericó, 8 de enero de 2012

Reabierto el año pasado por las autoridades israelíes, el sitio que se encuentra en las orillas del río Jordán donde, desde el siglo V, se conmemora el Bautismo de Jesús, ha vuelto a ser la meta de mucho peregrinos que ya pueden visitar libremente el lugar, en la frontera entre Israel y Jordania. Aquí, en la región del desierto de Judea, donde se extiende la llanura de Jericó y a poca distancia de la carretera que lleva a Tell as-Sultan –que encierra en sí la antigua Jericó y conduce al monasterio greco-ortodoxo de la Cuarentena-, las distintas confesiones cristianas pueden ahora de nuevo celebrar las funciones con ocasión de la Epifanía, que incluye también la liturgia por el Bautismo del Señor. También la comunidad franciscana de la Custodia de Tierra Santa, que durante mucho tiempo ha conmemorado el Bautismo del Señor el último jueves del mes de octubre –como ha sido hasta el año pasado-, ha podido finalmente organizar la tradicional peregrinación en el día 8 de enero, primer domingo que sigue a la Epifanía, poniéndose de esta forma en línea con el calendario litúrgico de la Iglesia Católica.

La comunidad franciscana, junto con el custodio de Tierra Santa, fray Pierbattista Pizzaballa, ha tomado parte con gran entusiasmo en esta importante cita en la que han participado también muchísimos cristianos locales procedentes no solo de las cercanas zonas israelíes y palestinas de Jerusalén, Jericó y Belén, sino también de Galilea y otras regiones más alejadas. A este numeroso grupo se han unido también muchos peregrinos llegados al Jordán para esta ocasión especial. La procesión, que ha salido del convento del Buen Pastor, ha recorrido entre cantos y oraciones un trecho de camino por el desierto para llegar después, con sus más de cien participantes, a la pequeña capilla con altar situada a pocos pasos de las orillas del Jordán. Desde aquí, descendiendo por una breve escalinata, se llega junto al río donde, entre las palmeras, se ha colocado para la ocasión un pequeño altar en torno al cual se han dispuesto algunas sillas para permitir a la gente asistir a la celebración de la santa misa. Sin embargo, muchos, al no poder encontrar sitio en la zona inferior alrededor del altar, han seguido la celebración desde la rampa de las escaleras y, muchos más aún, a lo largo de la varandilla del plano superior.

La santa misa, celebrada en presencia de las autoridades civiles locales, ha estado presidida por el padre custodio con la participación de S.E. el cardenal Giovanni Coppa, nuncio apostólico emérito en la República Checa, muchos religiosos franciscanos y otros sacerdotes concelebrantes. Durante la misa se ha celebrado también la ceremonia del bautismo de cuatro niños de la parroquia local que han tenido el privilegio de recibir este sacramento fundamental precisamente con las aguas del río Jordán. Del mismo modo, al terminar la celebración eucarística, muchos de los presentes han querido acercarse hasta el río y bañarse en sus aguas, echarse simbólicamente un poco de agua sobre la cabeza, recordando el gesto penitencial que tantas veces realizó en este lugar san Juan Bautista y que Jesús mismo, al comienzo de su ministerio público, aceptó recibir (Mt 3,13-17).

La peregrinación continuó con la visita al monasterio greco-ortodoxo construido sobre el Monte de la Cuarentena, nombre que se remonta a la Edad Media y está ligado al recuerdo, que se conserva aquí desde el siglo IV, de los cuarenta días que Jesús transcurrió en el desierto y de las tentaciones que, al finalizar este largo retiro, Jesús debió afrontar en su confrontación con el demonio (Mt 4,1-11). El bellísmo monasterio, encajado en la roca a mitad de altura y justo sobre los montes que se encuentran al fondo del Tell as-Sultan y dominan al noroeste la llanura de Jericó, fue edificado a finales del siglo XIX por los monjes ortodoxos junto a la grutas en las que vivieron los anacoretas del desierto que habitaron el lugar desde el siglo V. Una vez recorrido el camino escalonado que conduce al monasterio, el grupo, junto a los frailes franciscanos llegados también a la cima, se ha detenido ante la entrada del edificio durante un breve momento para orar. Acogidos por los monjes griegos ortodoxos que todavía viven en este lugar remoto, los peregrinos han podido atravesar la puerta del monasterio y sumergirse durante un breve espacio de tiempo en la atmósfera de este lugar tan sugerente. Todos han tenido la posibilidad de visitar la iglesia, correspondiente a una antigua gruta, y el pequeño santuario al que se accede subiendo unos escalones. Aquí, en el muro occidental, hay un nicho excavado en la roca donde se encuentra una piedra marcada con una cruz que indica el lugar tradicional de la primera tentación de Jesús. Es realmente espléndido el panorama que se disfruta desde esta posición.

Jesús se presenta a Juan para ser bautizado, poniéndose en fila con los pecadores, como si fuera también él uno de ellos. Se hace cercano al hombre en todo, acepta todo por amor a la humanidad y por obediencia al Padre, en mansedumbre y amor perfecto, y el Padre le da a conocer como Hijo predilecto, el verdadero educador al que hay que escuchar, el buen Pastor a seguir. Escribe el papa Benedicto XVI: « Jesús es Aquel que “se ha bajado” para hacerse uno de nosotros, Aquel que se ha hecho hombre y ha aceptado humillarse hasta la muerte de cruz (cf. Fil 2,7). El bautismo de Jesús, del que hoy hacemos memoria, se sitúa en esta lógica de la humildad y de la solidaridad: es el gesto de Aquel que quiere hacerse en todo uno de nosotros y se pone realmente en fila con los pecadores; Él, que está sin pecado, se deja tratar como pecador (cf. 2Cor 5,21) […] Es el “siervo de Dios” del que nos ha hablado el profeta Isaías (cf. 42,1). Su humildad está dictada por la voluntad de establecer una comunión plena con la humanidad, por el deseo de realizar una verdadera solidaridad con el hombre y con su condición. El gesto de Jesús anticipa la Cruz, la aceptación de la muerte por los pecados del hombre. Este acto de abajamiento, con el que Jesús quiere ajustarse totalmente al designio de amor del Padre y conformarse a nosotros, manifiesta la plena sintonía de voluntad y de entente que hay entre las personas de la Santísima Trinidad. Para ese acto de amor, el Espíritu de Dios se manifiesta y viene como una paloma sobre Él, y en ese momento el amor que une a Jesús y al Padre es testimoniado a los que asisten al bautismo por una voz de lo alto que todos oyen. El Padre manifiesta abiertamente a los hombres, a nosotros, la comunión profunda que lo liga al Hijo: la voz que resuena de lo alto atestigua que Jesús es obediente en todo al Padre y que esta obediencia es expresión del amor que les une entre ellos. Por eso, el Padre pone su complacencia en Jesús, porque reconoce en el actuar del Hijo el deseo de seguir en todo su voluntad: “éste es mi Hijo amado en quien tengo mis complacencias” (Mt 3,17). Y esta palabra del Padre alude también, en anticipo, la victoria de la resurrección y nos dice cómo debemos vivir para estar en la complacencia del Padre, comportándonos como Jesús».


Texto de Caterina Foppa Pedretti
Fotos de Alice Caputo