Entre el cielo y la tierra: La Asunción gloriosa de María señala al hombre el destino de su vida | Custodia Terrae Sanctae

Entre el cielo y la tierra: La Asunción gloriosa de María señala al hombre el destino de su vida

Lunes, 15 de agosto

No ha sido una sorpresa ver a tantas personas reunidas la mañana del 15 de agosto en la Basílica de Getsemaní, llamada también Basílica de la Agonía, con ocasión de la santa misa solemne celebrada en el día en el que, según la liturgia católica, se celebra la fiesta de la Asunción de María, la Madre de Jesús, al cielo. La profunda emoción y la participación han sido las notas dominantes y visibles en los rostros de los numerosos religiosos, cristianos locales de lengua árabe, la jovial comunidad de voluntarios y de los peregrinos llegados desde todas las partes del mundo. La basílica, deseo de los franciscanos hecho realidad gracias al arquitecto Antonio Barluzzi a principios del siglo XX sobre las ruinas de una antigua iglesia bizantina, se ha llenado de un auténtico espíritu de alegría y esperanza, algo raro en este lugar que recuerda la angustia de Jesús en el Huerto de los Olivos al inicio de su pasión.

La eucaristía ha estado presidida por el padre Custodio, fray Pierbattista Pizzaballa, acompañado en torno al altar mayor de la iglesia por numerosos miembros de la comunidad franciscana de Tierra Santa, colocados alrededor de la roca de la agonía de Jesús, que se encuentra justo delante del altar. Uno de los sacerdotes concelebrantes, fray Simone Herro, ha pronunciado la homilía en lengua árabe.
Tras la comunión, el canto del Ave María de Schubert, interpretado con elegancia por la artista londinense Stella Turner con la flauta travesera y con el acompañamiento al órgano de fray Armando Pierucci, director del Instituto Magníficat, la escuela de música de la Custodia en Jerusalén, ha añadido intensidad a un breve momento de oración personal y de recogimiento.

Una vez concluida la celebración, la comunidad franciscana de Getsemaní ha ofrecido un refresco a los presentes que, en un clima de encuentro fraterno, ha puesto el punto y final a esta gozosa celebración.
Por la tarde, una nueva cita ha reunido a los fieles, todavía numerosos, en primer lugar en la Gruta del Arresto, (Sacello Tradimenti), donde el Custodio ha presidido las Vísperas solemnes e, inmadiatamente después, en la procesión hasta la iglesia de la Tumba de María que se encuentra a escasa distancia de la Gruta, al fondo de una explanada protegida por altos muros y cuya propiedad, expoliada a los franciscanos a mediados del siglo XVIII, está ahora compartida por los griegos ortodoxos y los armenios. La procesión ha recorrido la larga escalinata que conduce hasta la cripta donde se custodia la roca sobre la que se depositó el cuerpo de la Virgen al final de su vida terrena y que, aún hoy, es meta importante de peregrinación para los cristianos. La liturgia que ha acompañado esta última parte de las celebración ha incluido también, además del rezo de las letanías y cantos marianos, la lectura de un relato apócrifo de la Dormición de la Virgen María.

El Monte de los Olivos, con su espléndida vista sobre el Valle del Cedrón, ha sido el grandioso escenario de una de las fiestas más queridas por los cristianos. Una tradición muy antigua que se remonta a los primeros siglos de vida de la Iglesia, sitúa en este preciso lugar el acontecimiento de la Asunción de María que la Iglesia católica ha proclamado en los tiempos modernos como dogma de fe mediante la Constitución apostólica Munificentissimus Deus, de 1950. El mismo día, el 15 de agosto, también los ortodoxos y los armenios celebran la fiesta de la Dormición de María, según la creencia arraigada de que la Virgen, al concluir su existencia terrena, no murió realmente sino que cayó en un sueño profundo antes de ser elevada al cielo.

Este grandísimo misterio que contemplamos y que en esta “tierra de la espera” se hace todavía más presente, nos presenta a María como la criatura humana en la que se realiza en primer lugar el ideal escatológico, circundaba en todo su ser, alma y cuerpo, por el Ser de Dios, viviendo en toda su esencia de Su misericordia, de Su perfecta caridad y expresión dinámica de la verdad, apertura permanente a la relación y la comunión. María asunta al cielo manifiesta el sentido profundo de la pertenencia y de la adhesión vital a Dios en contacto perenne con lo eterno y partícipe, con su persona, de la increíble relación de amor de Dios.

Es justo en este valle, conocido también como Valle de Josafat y que acoge hoy importantes cementerios de las tres religiones relacionadas con Abrahán, donde debería llevarse a cabo, según una tradición hebrea basada en las palabras del profeta Joel (Jl 4,2ss) y recogida posteriormente, con algunos adornos particulares, por cristianos y musulmanes, el Juicio Universal. María, la Madre de todos los hombres, es la gran esperanza de un destino de felicidad perfecta, de unión con la existencia divina, de unión de la criatura limitada, finita, dependiente, con la dignidad sublime y la vida completa a las que, desde ya, aspira y se orienta para formar parte del Amor que es Dios y que asume en Sí todo lo esencial.

Texto de Caterina Foppa Pedretti
Fotos de Giovanni Zennaro y Luis García