El Viernes Santo de Jerusalén: silencio y contemplación | Custodia Terrae Sanctae

El Viernes Santo de Jerusalén: silencio y contemplación

El Viernes Santo, día de la contemplación de la cruz de Cristo, la Iglesia de Jerusalén tiene la tarea de celebrar y contemplar este misterio en el lugar donde todo sucedió, el Calvario, invitando a religiosos, peregrinos y fieles locales a entrar más íntimamente en el misterio de la Pasión de Cristo.

Para fomentar esta íntima unión, las celebraciones de este día son tres: la conmemoración de la Pasión en el Calvario y el Vía Crucis, por la mañana, y la recreación de la Pasión en la procesión funeraria, por la tarde.

Siguiendo la tradición, las puertas de la basílica se abrieron solemnemente a las 8:00 de la mañana, y un nutrido grupo de fieles se derramó en el interior de la basílica del Santo Sepulcro: hoy el Calvario es el centro del mundo.

La celebración matutina, que en el resto del mundo tiene lugar por la tarde, fue presidida por Su beatitud Pierbattista Pizzaballa, Patriarca Latino de Jerusalén. Se dividió, a su vez, en tres momentos: la liturgia de la Palabra, la adoración de la Cruz y la comunión eucarística.  Las lecturas anticipan el canto del pasaje de la Pasión según Juan (Jn 18,1 - 19,42), alternando entre los cantores franciscanos y el coro de la Custodia de Tierra Santa. El silencio, ya ensordecedor, se hizo más intenso en el momento en que uno de los cantores franciscanos cantó el verso de la muerte de Jesús ante el altar griego, situado sobre la roca del Calvario. Fieles y religiosos, de rodillas, acompañaron este momento con devoción.

La adoración de la cruz, que se remonta a una tradición del siglo IV, sigue a la liturgia de la Palabra y es otra parte central de la celebración. Antiguamente, de hecho, la adoración solía durar de tres a cuatro horas, lo que permitía al pueblo rezar ante la reliquia de la Santa Cruz expuesta y escuchar los textos evangélicos que se refieren a la Pasión de Nuestro Señor.

Al final de esta segunda parte, los religiosos se trasladaron en procesión hasta la Anástasis para entrar en la tumba – convertida en Tabernáculo el Jueves Santo – para recoger los copones donde estaban las hostias consagradas para distribuirlas a los fieles asistentes.  Después de la comunión y la bendición, en silencio, todos se dirigieron a la capilla franciscana en la que se exponía la reliquia de la cruz para una breve adoración antes del cierre del Sepulcro.

Aproximadamente una hora después del final de la celebración en el Santo Sepulcro, los frailes franciscanos se reunieron para la práctica tradicional del Vía Crucis, dirigidos por el padre Custodio de Tierra Santa, fray Francesco Patton. El Via Crucis jerosolimitano recuerda los últimos momentos de la vida de Jesús, desde la Vía Dolorosa hasta el Santo Sepulcro, a través de las estaciones repartidas por la ciudad vieja. Un grupo de fieles y religiosos pasó rápidamente entre las tiendas situadas en las estrechas calles del mercado árabe, partiendo como de costumbre del convento franciscano de la Flagelación para después subir al Calvario y finalmente trasladarse a la Anástasis, frente al Edículo del Santo Sepulcro, donde termina el recorrido de la devoción piadosa.  Como cada viernes, el Vía Crucis se rezó en cuatro idiomas, para facilitar la participación de los fieles y, como es tradición el Viernes Santo, empezó en árabe para los fieles de la parroquia de San Salvador.

La tarde se dedicó a la tradicional Procesión Funeraria, presidida nuevamente por fray Francesco Patton. Se trata de una antigua tradición que se remonta a las representaciones medievales llamadas “Misterios”, inspiradas en la Pasión de Cristo. La representación está estrechamente ligada al franciscanismo, no solo en Tierra Santa sino en el mundo: de hecho, es una modalidad nacida en los orígenes del movimiento franciscano que los religiosos usaban para hablar al corazón del pueblo de Dios y contarles visualmente lo que la teología hacía complejo.

Esta representación escénica tiene la función de permitir conmemorar la Pasión, muerte y resurrección en los lugares donde todo sucedió. Destaca dos cosas: por un lado, permite hacer visible que Cristo conoció realmente la muerte de la carne, venciéndola; por otro, demuestra que la muerte es necesaria para que se produzca la Resurrección.


 

Giovanni Malaspina