El secreto de la verdadera felicidad: Fiesta de san Francisco de Asís en Jerusalén | Custodia Terrae Sanctae

El secreto de la verdadera felicidad: Fiesta de san Francisco de Asís en Jerusalén

Iglesia de San Salvador, Jerusalén. 3-4 de octubre de 2011

La fiesta de san Francisco de Asís, tan esperada por todos los franciscanos y tan querida por todos los cristianos, ha reunido a la comunidad de fieles en la iglesia parroquial de San Salvador durante las celebraciones que empezaron ya en la tarde del 3 de octubre, con las primeras vísperas presididas por el padre Custodio, fray Pierbattista Pizzaballa, y siguieron después, durante la mañana del 4 de octubre, con la santa misa solemne presidida por el padre dominico fray Guy Tardivy, prior del convento de San Esteban de Jerusalén, lugar donde tiene su sede la Ecole Biblique et Archeologique Francaise. La fiesta concluyó la tarde del día 4 de octubre con la celebración de las segundas vísperas.

Durante las primeras vísperas, junto al Custodio estaban fray Artemio Vítores, Vicario custodial, y fray Noel Muscat, Discreto de Tierra Santa. En el altar y en una posición destacada estaba Mons. William Shomali, obispo auxiliar del Patriarca latino de Jerusalén. A ambos lados del altar, rodeando al Custodio y a los concelebrantes, estaban dispuestos los 11 frailes que, tras la homilía, han renovado los votos simples en las manos de fray Pierbattista quien, recibiendo los votos de estos hijos y hermanos, les ha respondido con unas hermosas palabras, acordes a la fiesta de un gran santo como fue Francisco, tan cercano a Jesús y tan importante en la vida de estos jóvenes religiosos que han elegido pertenecer a su familia entregando su vida entera: “En nombre de Dios Omnipotente, si observas estas cosas, te prometo la vida eterna”.

Entre la numerosa asamblea de fieles que se congregó eran muchos los religiosos de distintas congregaciones; entre otros, los estudiantes del Studium Biblicum Franciscanum, los padres del Seminario del Patriarcado latino de Beit Jala, los padres salesianos, los Padres Blancos y los padres capuchinos. Estaba presente además, tanto en las primeras vísperas como en la santa misa de la mañana siguiente, el sargento mayor Johnny Kassabri, oficial del subdistrito de policía de Jaffa Gate de Jerusalén, que se encarga de las relaciones con las comunidades cristianas.

Durante las vísperas se conmemoró el Tránsito de san Francisco con una hermosa ceremonia durante la cual todos los participantes, portando cada uno una vela encendida, escucharon en primer lugar la lectura del episodio de la muerte del santo y después, apagadas todas las luces de la iglesia, participaron en la procesión con el Custodio y los concelebrantes hacia el altar lateral, donde se encuentra la imagen de san Francisco y sobre la que se había colocado su reliquia junto con un ejemplar de la Regla de los Hermanos Menores; en este punto, todos los presentes se han arrodillado, recogiéndose en un intenso momento de oración. También el Custodio, en su homilía, ha dirigido una delicada reflexión sobre la extraordinaria relación de san Francisco con la «hermana muerte» que él, tan dócil y sensible a la acción de Dios -que a través de muchos e importantes encuentros transformó su vida y su alma-, convierte a su vez en presencia amiga, en un encuentro bondadoso. «La muerte para Francisco -concluye fray Pierbattista- es una experiencia de amor, como todas las demás, a vivir con el mismo amor con que Jesús la vivió, en unión con Él, en conformidad a Él, transformado en Él».
Al finalizar la celebración, todos han podido acercarse, en procesión, para besar la reliquia del santo como signo de devoción.

Las celebraciones prosiguieron durante la mañana siguiente con la santa misa solemne en una iglesia de San Salvador llena de gente, como ocurre durante la celebración de las fiestas más importantes y en las más queridas por los fieles. El altar, adornado con hermosas flores, acogió a los celebrantes y a la larga procesión de franciscanos y otros sacerdotes y religiosos que quisieron unirse a la alegría de esta jornada en un espíritu de comunión fraterna. Respetando la tradición -que sugiere que los dominicos presidan la celebración solemne con ocasión de la fiesta de san Francisco y, viceversa, que los franciscanos hagan lo propio en la celebración solemne con motivo de la fiesta de santo Domingo- la santa misa ha estado presidida por el antes mencionado padre dominico fray Guy Tardivy, situado al lado del Custodio, fray Pierbattista Pizzaballa, y del Vicario, fray Artemio Vítores, estos como concelebrantes. Entre las autoridades que han participado cabe destacar al obispo del Patriarcado Siríaco católico y al obispo del Patriarcado Greco-católico de Jerusalén, ambos en posiciones privilegiadas junto al altar. Estaba también presente un representante de la Russian Ecclesiastical Mission in Jerusalem y, entre las autoridades civiles, distintas representaciones gubernativas y consulares.

La introducción musical, espléndida, con la flauta travesera corrió a cargo de la intérprete inglesa Stella Turner, acompañada al órgano por fray Armando Pierucci, director del Instituto Magníficat, la escuela de música de la Custodia de Tierra Santa. La liturgia estuvo animada con elegancia por el Coro Magníficat de la Custodia, dirigido por Hania Soudah-Sabbara y acompañado siempre al órgano por fray Armando Pierucci, compositor de muchas de las melodías entonadas en esta y otras numerosas ocasiones.

Durante la homilía, el fraile dominico Riccardo Lufrani, profesor de Topografía en la Ecole Biblique, puso en evidencia cómo la figura de san Francisco es la de un «gigante de la santidad», el «santo por antonomasia», que ocupa un puesto especial en la vida y en la formación de todo cristiano; y, al mismo tiempo, este santo universalmente conocido y amado, sigue siendo una persona cercana y accesible, «testigo admirable de cómo Dios actúa en nosotros, de cómo Dios, si nosotros no nos oponemos a su acción, nos santifica y nos llama a la comunión con Él, con nosotros mismos y con el cosmos».

Al finalizar la celebración, antes del refresco ofrecido en los locales de la Curia, los participantes pudieron asistir a una emocionante representación de la banda del Tau Music Center de Acre, en la cual chicos y jóvenes judíos, cristianos y musulmanes dirigidos por un diestro maestro de origen ruso, tocan los instrumentos con gran profesionalidad; un gratísimo regalo preparado para esta importante fiesta por el padre Quirico Calella, el sacerdote franciscano que cuida y anima con gran entusiasmo la iglesia latina de San Juan Bautista de Acre. Entre las numerosas y bellas piezas interpretadas por este consolidado grupo de jóvenes músicos, el padre Quirico quiso incluir también un homenaje a todos los mártires de la plurisecular historia de la Custodia franciscana mediante una emocionante ejecución del himno de Tierra Santa, Super Muros Tuos, Jerusalem. La Tau Banda, conocida ya a escala internacional, es el resultado de un auténtico proyecto de paz y de esperanza al que deseamos, de corazón, que continúe produciendo preciosos frutos de educación, diálogo y convivencia.

«Nació al mundo un sol». Con estas palabras de la Divina Comedia (Par. XI), Dante se refiere al nacimiento de Francisco, una figura que aún hoy sigue fascinando a personas de todas las edades y creencias religiosas. Como dice el Papa Benedicto XVI, él fue realmente un alter Christus, un icono vivo de Jesús, al que amó intensamente y cuyas virtudes imitó, especialmente en la pobreza interior y exterior y en su profunda humildad. «Su simplicidad, su humildad, su fe, su amor a Cristo, su bondad hacia todos los hombres y mujeres y su amor a todas las criaturas de Dios le hicieron feliz en todas las situaciones. De hecho, entre la santidad y la alegría hay una íntima e indisoluble relación. Un texto francés dice que en el mundo hay una sola tristeza: la de no ser santo, es decir, no estar cerca de Dios. Observando el testimonio de san Francisco, comprendemos que este es el secreto de la verdadera felicidad: ¡ser santos, estar cerca de Dios!». Francisco, con su maravillosa humanidad, es verdaderamente el modelo de apertura total a la relación con el prójimo, a la entrega de sí, en virtud de su absoluta confianza en Dios y en la verdad del hombre. «Fe, -dice Martin Buber- fe en el mundo, porque este ser humano existe […] Porque este ser humano existe y el absurdo no puede ser la verdad verdadera, en tanto que nos angustia. Porque este ser humano existe, seguramente en las tinieblas se oculta la luz, en el temor la salvación, en la limitación de quien vive con nosotros, el gran amor».

Texto de Caterina Foppa Pedretti
Fotos de Marco Gavasso