El corazón de la fe mariana: La Virgen del Pilar, Fiesta nacional de España y de la Hispanidad | Custodia Terrae Sanctae

El corazón de la fe mariana: La Virgen del Pilar, Fiesta nacional de España y de la Hispanidad

Jerusalén, 12 de octubre de 2011

En una atmósfera festiva de gran solemnidad se ha celebrado hoy en la iglesia parroquial de San Salvador la santa misa por la Fiesta nacional de España en honor a Nuestra Señora del Pilar, título conferido a la Virgen que se venera en el Santuario de la Virgen del Pilar de Zaragoza, proclamada y considera Patrona de España y de la Hispanidad y cuya fiesta se celebra precisamente el 12 de octubre.

La ceremonia ha estado presidida por fray Artemio Vítores, Vicario custodial, al que se han unido como concelebrantes fray Emilio Bárcenas y fray Enrique Bermejo. Les asistían durante la celebración los diáconos fray Fernando Comparan y fray Jorge Espinoza. En la ceremonia han participado también el Cónsul General de España en Jerusalén, don Alfonso Portabales, con su consorte, y las autoridades de la Guardia Civil española, de quien la Virgen del Pilar es patrona y protectora. Además de una numerosa representación de la comunidad franciscana, han participado también sacerdotes, religiosos y religiosas, en su mayoría de lengua española, amigos y fieles de la comunidad cristiana local.

En su homilía, fray Artemio ha reflexionado brevemente sobre el importante significado de esta fiesta: la aparición de la Virgen María al apóstol Santiago y a sus discípulos en Zaragoza, adonde la Virgen habría transportada por los ángeles en alma y cuerpo mortal y habría entregado a Santiago una santa imagen suya colocada sobre un pilar, pidiéndole que edificara en ese mismo lugar un santuario en su honor; además, se celebra la Fiesta nacional de España y de la Hispanidad, que coincide con el descubrimiento de América y el comienzo de la historia del Nuevo Mundo.

La devoción a María está profundamente arraigada en la cultura española. En 1730, el Papa Clemente XII concedió que se conmemorara la fiesta de Santa María del Pilar en todo el imperio de España y, con motivo de la coincidencia de esta fiesta con la fecha del descubrimiento de América, más tarde la Virgen del Pilar fue proclamada Patrona de la Hispanidad. En 1984, también el Papa Juan Pablo II se acercó hasta Zaragoza para postrarse ante la santa imagen de María.

Todas las naciones europeas -sigue reflexionando fray Artemio- son deudoras del Cristianismo en su historia y su cultura, plagadas de grandes valores sobre la dignidad de la persona, el respeto a la vida, a la libertad, a la familia, la tolerancia y el deseo de paz. Muchos de estos valores se transmitieron también a los habitantes del Nuevo Mundo, formando así una única familia en torno a la misma fe y comunión de valores. También el amor y la devoción a la Virgen representan un fortísimo vínculo unificador de estos pueblos tan lejanos entre sí.

En el mundo actual, donde se difunde cada vez más lo que el Papa Benedicto XVI define como «la dictadura del relativismo», el Cristianismo sigue ofreciendo a los jóvenes los valores esenciales sobre los que fundamentar sólidamente la vida personal y social. Entre ellos, en particular, el amor desinteresado, que para todo cristiano es el criterio fundamental que guía su existencia y que se sustenta en la exortación «Da, porque te ha sido dado», «Ama, porque has sido amado»; la educación para la comprensión recíproca y la tolerancia; la construcción de la paz, que no se puede conquistar a través del fundamentalismo religioso o político, sino solo a través del respeto y la colaboración mutua, como enseña la tradición de encuentro y diálogo inaugurada en Asís hace 25 años; el respeto a la libertad religiosa, garantizando a cada uno, sin discriminación, la libertad para practicar su propia fe; el encuentro con Cristo en nuestra vida, renovando el valor de ser cristianos y proclamar a Cristo en nuestros países de origen.

Al finalizar la santa misa, todos los participantes se han vuelto a reunir en el Diván del convento de San Salvador para compartir un agradable momento fraterno.

Texto de Caterina Foppa Pedretti