El camino hacia la Pascua de las “piedras vivas” de Jerusaléne | Custodia Terrae Sanctae

El camino hacia la Pascua de las “piedras vivas” de Jerusaléne

Jerusalén, 21-23 de abril de 20111

Son numerosos los peregrinos que, año tras año, viajan hasta Jerusalén para vivir la Pascua en los lugares en los que Cristo vivió, murió y resucitó. Estos mismos lugares, para otros, no son la meta adonde llegar para pasar unos cuantos días sino su propia casa. Los cristianos latinos de la Ciudad Santa, las “piedras vivas” de esta tierra, han caminado juntos hacia la Resurrección celebrando el Triduo Pascual -en estos días- reunidos en la iglesia de San Salvador.

Las celebraciones del Jueves y del Viernes Santo de los parroquianos de Jerusalén, en árabe y latín, son largas, aunque hay muchísimos niños.

El jueves ha sido el padre Custodio, fray Pierbattista Pizzaballa, quien ha presidido la “Missa in Coena Domini” y quien ha repetido el gesto del Lavatorio de los pies -que pocas horas antes, en el Cenáculo, había realizado lavando los pies de algunos chavales de la parroquia- a doce representantes de los scouts.

La homilía, sin embargo, la ha pronunciado el párroco, fray Feras Hajezin, recordando la fuerza de la comunión en el gesto de Jesús hacia sus apóstoles. “Él vivía en medio de la gente y como no podía estar sin la gente, tampoco nosotros podemos estar sin Él”.

El viernes se conmemora la Pasión de Cristo. En el coro hay muchos jóvenes de la comunidad local y su canto sirve de fondo musical para este momento, intenso, en el que el Crucifijo se lleva hasta el altar, una vez retirada la tela roja que lo cubría, y luego hasta el centro de la nave para recibir el beso de los fieles que se ponen en fila para adorarlo. Más tarde, en procesión, se desciende hasta la calle para acompañarlo, en una vuelta alrededor del convento de San Salvador, en una representación realista de Cristo muerto.

“Vivimos la Pascua no sólo como una fiesta sino que nos sentimos revestidos de un papel importante”, dice Eli Hajjar, uno de los jóvenes que animan la parroquia, uno de los cristianos de Tierra Santa que, en estos lugares, son una minoría. “Para nosotros es {normal} estar aquí donde vivió Jesús. Es nuestra casa. No por ello lo vivimos con menos intensidad. Hoy, durante el Vía Crucis, he visto llorar a muchos de nosotros”.

Es una comunidad que se enfrenta con las dificultades de la incomprensión y la sospecha, revestida de una fuerte responsabilidad.
“Sentimos el deber de ser también nosotros custodios de estos lugares, de conservarlos para quien vive lejos y no puede tocarlos y para los peregrinos que llegan desde todas las partes del mundo. Ser custodio aquí quiere decir ocuparse no sólo de las piedras, de las cosas, sino también de nosotros como cristianos. Por eso debemos dar las gracias a los franciscanos; gracias a su presencia nos sentimos más fuertes también nosotros. Somos pocos pero no estamos solos”.


Texto de Serena Picariello
Fotos de Marco Gavasso