Domingo de Ramos en Jerusalén: hosanna, alegría y cantos resuenan desde el Monte de los Olivos

Domingo de Ramos en Jerusalén: hosanna, alegría y cantos resuenan desde el Monte de los Olivos

En la basílica del Santo Sepulcro de Jerusalén la procesión y la misa solemne del Domingo de Ramos dieron comienzo a la Semana Santa de 2023.

La celebración litúrgica, íntegramente centrada en la memoria de la Pasión de Jesús, fue presidida por el Patriarca Latino, S.B. Pierbattista Pizzaballa y contó con la participación de más de 170 concelebrantes, así como numerosos fieles, peregrinos y religiosos que animaron e hicieron intensos los momentos más emocionantes de la solemnidad.

En el interior del edículo del Santo Sepulcro, monseñor Pierbattista Pizzaballa bendijo las palmas procedentes de Jericó y las ramas de los olivos del convento franciscano de San Salvador. Una vez distribuidas a los fieles, comenzó la tradicional procesión alrededor del sepulcro. Como el día de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén entre la multitud que lo aclamaba, también aquí la asamblea agitó gozosa los ramos y las palmas durante las tres vueltas alrededor del edículo, número que recuerda los días transcurridos entre la muerte y la resurrección de Cristo. El canto del Hosanna sonó durante un largo rato dentro de la gran rotonda de la Anástasis.

Durante la misa pontifical tuvo lugar otro momento solemne: la proclamación del evangelio que relata toda la pasión de Jesús. El texto fue salmodiado en latín por tres frailes de la Custodia de Tierra Santa que, según la antigua costumbre difundida a partir del siglo XI, se repartieron los tres papeles presentes en el pasaje evangélico – Jesús, cronista y pueblo – cantándolos con tres melodías distintas.

Por la tarde, las celebraciones se trasladaron al Monte de los Olivos, para la que se considera una de las manifestaciones cristianas públicas más extraordinarias y, por ello, muy concurrida. Una inmensa multitud festejante recorrió en procesión el camino entre Betfagé y Jerusalén tras las huellas de Jesús a lomos de un asno para entrar en la ciudad a celebrar la Pascua. Peregrinos de todo el mundo descendieron del Monte de los Olivos, sosteniendo ramas de olivo y palmas trenzadas en bellas guirnaldas. Cada uno en su idioma, con oraciones, cantos e instrumentos musicales, alababa a Dios y compartía con el resto de fieles, a lo largo del camino, la alegría de ser cristiano.

La procesión comenzó en la iglesia de Betfagé, donde el día anterior había tenido lugar la última peregrinación cuaresmal de los frailes y terminó en la iglesia de Santa Ana, cerca de la Puerta de los Leones.  Al final del largo cortejo, los frailes franciscanos de la Custodia de Tierra Santa animaron todo el recorrido con cantos y música, precediendo al Patriarca Latino, monseñor Pierbattista Pizzaballa, al Custodio de Tierra Santa, fray Francesco Patton y a monseñor Tito Yllana, nuncio apostólico en Israel y Chipre y delegado en Jerusalén y Palestina, junto con numerosos religiosos y autoridades de otras confesiones cristianas.

En el patio de la iglesia de Santa Ana, al final de la procesión, el Patriarca quiso saludar y agradecer a todos los fieles: en primer lugar a los árabes que, finalmente, después de muchos años, pudieron estar presentes y llegar en gran número desde toda Palestina, y luego a todos los peregrinos y a las comunidades cristianas. «Jerusalén – dijo monseñor Pizzaballa – no es solo una ciudad de conflictos y divisiones, de tensiones políticas y religiosas, de posesión y de exclusión. Como hemos podido experimentar hoy, también es lugar de encuentro, fe, oración, alegría y comunión. Estamos aquí reunidos sin nacionalidad ni ciudadanía: estamos simplemente unidos en nombre de Jesucristo».

En sus palabras se refirió «a los muchos episodios de violencia en esta ciudad, incluso contra iglesias y símbolos cristianos. Pero no debemos tener miedo de quienes quieren dividir, de quienes quieren excluir o de los que quieren apoderarse del alma de esta Ciudad Santa. No lo lograrán, porque la Ciudad Santa siempre ha sido y siempre será una casa de oración para todos los pueblos. Nosotros pertenecemos a esta ciudad y no renunciaremos nunca a nuestro amor por lo que esta ciudad representa: es el lugar de la muerte y la resurrección de Cristo, el lugar de la reconciliación, de un amor que salva y traspasa las fronteras del dolor y de la muerte. Y esta es también nuestra misión como Iglesia de Jerusalén».

Silvia Giuliano