“Del Espíritu nace una humanidad reconciliada”: solemnidad de Pentecostés en Jerusalén

“Del Espíritu nace una humanidad reconciliada”: solemnidad de Pentecostés en Jerusalén

Los días 27 y 28 de mayo, en la Custodia de Tierra Santa se sucedieron las celebraciones de Pentecostés, solemnidad que culmina el periodo de Pascua y junto con ella representa uno de los momentos más importantes del año litúrgico.

Pentecostés se celebra 49 días después de la Pascua, cuando el Espíritu Santo desciende en el Cenáculo sobre los apóstoles y la Virgen y nace la Iglesia como comunidad animada por el “Paráclito”, es decir, el Consolador: esto permite a los creyentes el impulso misionero y al mismo tiempo construye la Iglesia con la aportación de una multiplicidad de dones, carismas y ministerios diferentes.

Las celebraciones que acompañaron la solemnidad de Pentecostés en Jerusalén comenzaron la tarde del sábado 27 de mayo, con las primeras vísperas presididas por el Custodio de Tierra Santa, fray Francesco Patton en la iglesia de San Salvador, en el interior del convento de la Custodia.

A las 21:30, numerosos peregrinos, fieles y religiosos participaron en la misa solemne de vigilia, celebrada por el padre Custodio: el color rojo litúrgico de las vestiduras recordaba al Espíritu Santo que se posó sobre los apóstoles en forma de lenguas de fuego.

«Sin el don del Espíritu estamos y permanecemos encerrados dentro de un mundo y una historia que parecen dominados por la incomprensión, el conflicto y la muerte – dijo en su homilía el Custodio –. Sin embargo, con el don del Espíritu todo es posible: vivir de manera auténtica, comunicar y experimentar la comunión, amar hasta entregarnos a nosotros mismos, dar testimonio sin miedo, sentirnos parte de una creación deseada por Dios y llamada a participar en la redención realizada en la Pascua de Jesús». Después, fray Francesco Patton quiso invocar al Espíritu para la ciudad de Jerusalén y para toda esta Tierra, atormentada por guerras y conflictos. «Pidamos el don del Espíritu para esta Tierra y para los pueblos que la habitan, que tienen por padre a Abraham y necesitan recurrir al don del Espíritu para reencontrar su auténtica vocación en el plan de Dios y seguir avanzando en el amor a su nombre hacia la plenitud de su conocimiento».

El día de Pentecostés, el domingo 28 de mayo, los frailes de la Custodia se dirigieron al Cenáculo para conmemorar la efusión del Espíritu Santo sobre los discípulos, que se manifestó precisamente en este lugar, en el Monte Sion, «un lugar único en el que se unen la experiencia de la última cena con la de la Pascua y Pentecostés». Aquí, el padre Custodio recordó de nuevo, en su comentario a la Palabra, que el don del Espíritu Santo es esencial y fundamental: «el Espíritu es el aliento mismo de Dios. Al igual que no podemos sobrevivir sin respirar, tampoco podemos vivir una auténtica vida cristiana ni ser auténticamente Iglesia sin el don del Espíritu».  Un Espíritu que es fuente de dones diversos y que «hace a la humanidad y a la Iglesia viva y orgánica, bella y variada, la hace cuerpo, la hace relación de amor a imagen de la Trinidad».

Por eso es urgente, en palabras de fray Patton, que recuperemos la conciencia «de esa efusión personal del Espíritu que se produjo sobre nosotros en el bautismo y la confirmación». El Custodio subrayó que San Francisco, «con una intuición de gran calado místico nos dice que “sobre todo debemos desear tener el Espíritu del Señor y su santa obra”. Es decir, debemos desear tener con nosotros el don del Espíritu Santo y dejarlo actuar en nosotros libremente, sin ponerle obstáculos ni frenos», asegurándonos de que el versículo “Ven, Espíritu Santo, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor” «se convierta en una letanía, una banda sonora capaz de acompañar nuestra vida».

Finalmente, la tarde del domingo, los frailes de la Custodia se dirigieron de nuevo en peregrinación al Cenáculo donde se celebraron las segundas vísperas.

La solemnidad de Pentecostés concluyó con las palabras de la oración compuesta por el santo papa Juan Pablo II como preparación al jubileo del 2000: «Es una preciosa oración que resuena sobre el himno “Veni Creator”», explicó el padre Custodio, que quiso compartir esta invocación al Espíritu con todos los fieles reunidos en el Monte Sion, porque «hoy es Pentecostés, que queremos celebrar de modo que nos dejemos transformar por la acción del Espíritu».

Silvia Giuliano