“¿Cómo me conoces?”: La vocación de san Bartolomé | Custodia Terrae Sanctae

“¿Cómo me conoces?”: La vocación de san Bartolomé

Caná, 24 de agosto

Mirando la pequeña ciudad actual de Caná de Galilea, que la tradición identifica con Kfar Kanna, un poco más al norte de Nazaret, con su fuente a la que, hasta hace pocos años, las mujeres se acercaban para sacar agua, no es difícil imaginar su fisionomía en tiempos de Jesús. Tranquila y recogida, con sus casas de color blanco dispuestas a lo largo de la calle principal, se encuentra, un poco más allá de la iglesia greco-ortodoxa, el Santuario latino de la Mediación de María, con su cúpula roja y sus dos torres, construido por los franciscanos en el 1881 sobre las ruinas de un antiguo edificio sagrado. Aquí vienen los peregrinos a recordar el primer milagro que realizó Jesús y que narra el evangelio de san Juan, la transformación del agua en vino durante un banquete nupcial (Jn 2,1-12). Aquí, incluso hoy, numerosas parejas vienen a consagrar su amor y a confiar a Dios su proyecto de familia, esperando recibir en este lugar una bendición especial en su día más señalado.

También en Caná se recuerda otro suceso importante al comienzo del ministerio de Jesús, la vocación de san Bartolomé (Natanael), también mencionada en el evangelio de san Juan (Jn 1,43-51). Originario de Caná (Jn 21,2), Natanael (que en hebreo significa: Dios ha dado, don de Dios), Natananel es mencionado en el antiguo elenco de los doce apóstoles por su patronímico, Bartolomé (en arameo Bar Talmay, es decir, hijo de Talmay), y se le sitúa generalmente junto a su amigo Felipe (Mt 10,3; Mc 3,18; Lc 6,14). Precisamente en Caná, en la misma calle principal y a unos cincuenta metros delante del santuario latino, se encuentra la iglesia franciscana dedicada al apóstol Bartolomé. En la parte inferior del altar, un bajorrelieve recuerda la vocación de Natanael mientras que en la pared situada tras el altar, una gran pintura representa su martirio, que la tradición nos dice que fue por desuello.

El día de la fiesta de san Bartolomé, el 24 de agosto, la pequeña comunidad árabe cristiana de Caná, a la que se han unido algunos peregrinos de paso por el lugar, se ha reunido en la pequeña iglesia dedicada al apóstol para participar en la misa solemne que ha celebrado el párroco franciscano de este pequeño pueblo, el padre Pierfrancesco María, y que ha estado animada con cantos litúrgicos en lengua árabe. Sirviendo en la misa estaba uno de los participantes de la última Jornada Mundial de la Juventud celebrada en Madrid. La ceremonia se ha desarrollado en un clima de gran serenidad y hospitalidad que se ha prolongado incluso durante el momento festivo que ha seguido a la celebración.

El caso de Natanael es emblemático de la especial relación que Jesús tiene con cada hombre, con la intimidad del corazón, único lugar de donde puede brotar el auténtico “salto de la fe” que cambia radicalmente la vida. La vocación de Natanael, dice el padre Pierfrancesco María de Caná, sigue una dinámica original respecto a la del resto de los apóstoles nombrados en el comienzo del evangelio de san Juan. Felipe de Betsaida es el único al que Jesús llama directamente para seguirle (Jn 1,43), mientras que los otros dos apóstoles se unen a Jesús a instancias de Juan el Bautista, que les señala a Jesús como “el cordero de Dios” (Jn 1,36). Uno de ellos es Andrés, que rápidamente llama a su hermano, Simón Pedro. El otro es Juan, el evangelista, que recordará siempre la hora de su vocación, las 4 de la tarde (o décima hora romana), como un momento pleno, completo.

También Felipe invita rápidamente a su amigo Natanael a seguir a Jesús, pero la primera reacción de Natanael es de desprecio, de prejuicio ante aquel hombre venido de la ciudad de Nazaret, de la que nada de bueno se puede esperar (Jn 1,46). Y Jesús, en el encuentro, sorprende a Natanael respondiendo a su indiferencia con la pureza de su mirada que penetra hasta lo más íntimo de la persona, le hacer salir del anonimato y le coloca en el interior de un diálogo sustancial. Jesús manifiesta conocer la pureza del corazón de Natanael, su disposición de ánimo, su amor por las Escrituras, que meditaba bajo la higuera, símbolo del pueblo hebreo, su sed de la verdad. Como un auténtico amigo, Jesús “hace justicia” a este hombre culto y apasionado, reconoce sus cualidades y su sensibilidad morales y le ayuda a ser todavía más él mismo, todavía más libre, llevando a cumplimiento el paso fundamental de la fe en las Escrituras a la fe en una persona, Jesús, el “Dios que salva”. Y en su límpida profesión de fe (Jn 1,49), Natanael penetra con gran agudeza en el misterio de la mesianidad de Jesús, anticipándose largamente a la profesión de fe de Pedro en Cesarea Marítima.

En su simple cotidianidad, Natanael esperaba activamente este “diálogo de vida”, este encuentro revelador de la esencia de su humanidad. La búsqueda de la Verdad puede convertirse en un encuentro con la persona y el diálogo explica lo mejor de las propias potencialidades originales. Tras el diálogo con Jesús, Natanael cambia para siempre. De aquella unión existencial derivan una nueve fe y una nueva disponibilidad para compartir con el Maestro los ideales más altos, una confirmación del espíritu y un refuerzo del propio carácter, la apertura para contemplar al Eterno que se hace cercano en la simplicidad y en la pobreza de la existencia.

Texto de Caterina Foppa Pedretti
Fotos de Marco Gavasso