Celebración de la Preciosísima Sangre de Cristo en Getsemaní | Custodia Terrae Sanctae

Celebración de la Preciosísima Sangre de Cristo en Getsemaní

Primer domingo de julio. En la Basílica de Getsemaní se ha celebrado solemnemente la Preciosísima Sangre de Cristo. Es una fiesta que la reforma litúrgica del Vaticano II unificó, con sabiduría pastoral, con el Corpus Christi, y que pasó a llamarse “Solemnidad del Cuerpo y la Sangre de Cristo”. Solemnidad ésta del Corpus Christi que ha sobrevivido en Jerusalén ligada al lugar, al hic de cada Lugar Santo que acompaña los pasos de los peregrinos que reviven los acontecimientos evangélicos aquí, en la Tierra en que tuvieron lugar.
Se ha proclamado el evangelio de Lucas (Lc 22, 39-46), aquí, en el lugar donde dice expresamente que “el sudor se hizo como gotas espesas de sangre que caían en tierra”, sobre la roca del jardín de Getsemaní.

El miércoles de la Semana Santa, cuando se va en peregrinación a Getsemaní y se proclama el mismo pasaje evangélico, se va posteriormente a la basílica del Santo Sepulcro donde, en la capilla franciscana de la aparición de Jesús a María, se venera la columna de la flagelación, otro “lugar” donde se derramó la sangre de Cristo, ofrecida por nosotros.

Las palabras del padre Custodio en su homilía han subrayado, partiendo de la primera lectura (Ex 12, 21-27), que la sangre de los antiguos sacrificios no implicaba sólo violencia, dolor, sino que llevaba consigo la idea de la vida, de la entrega, de la gratuidad y de la alianza que con la sangre se firmaba y se celebraba. Así, el “sudar sangre” de Jesús es signo de una sangre que salva, sangre de un sacrificio supremo aceptado para hacer la voluntad del Padre, para la salvación de los hombres. La idea de la sangre ligada al sufrimiento va por tanto integrada en la de entregar la vida para establecer una alianza, para celebrar la comunión entre Dios y el hombre. Gesto de suprema gratuidad porque ha sido dado por Dios, porque es Dios mismo quien entrega su sangre haciendo real una comunión profunda entre Él y el hombre, que nosotros celebramos en la Sangre de Cristo… Un recuerdo grato para todos los que entregan su vida, a veces de forma cruenta. Con la petición a Dios de que nos haga partícipes de este don, en la aceptación de la alianza que incansablemente se nos da por el Señor.

Incluso las penumbras de la basílica parecían recibir con agradecimiento estas palabras, dejándose inundar por la luz del sol.

MM