Celebración de la Pasión del Señor en el Santo Sepulcro - 2007 | Custodia Terrae Sanctae

Celebración de la Pasión del Señor en el Santo Sepulcro - 2007

Viernes santo, 6 de abril, 07:00 de la mañana. Las puertas del Santo Sepulcro están cerradas. Lo están desde la tarde del día anterior. En la plaza, las vallas metálicas ponen orden entre la muchedumbre, que ya se apresura a entrar. Protegen el paso para la procesión de los franciscanos, que llegan desde el Patriarcado adonde han ido para recoger a Mons. Kamal Bathish, que va a presidir el oficio de la Pasión del Señor.

¿Cuántos esperan en la plaza? En estos días santos todos quieren venerar el lugar de las Pasión. No todos saben que, una vez abiertas, las puertas tardarán sólo minutos en volverse a cerrar, esta vez por dos horas. Este día no es para visitar sino para orar.

Cuando las hojas de la puerta se abren, una muchedumbre compacta se impacienta. No se puede caminar, uno es transportado por la presión. La policía israelí, los religiosos franciscanos, los dragomanes, los kawas… todos intentan poner freno a una muchedumbre que el fervor confunde y vuelve peligrosa.

Mientras los franciscanos se dirigen a su sacristía para prepararse en silencio y formar para la procesión, los fieles que han podido entrar, superado el umbral de la basílica, giran rápidamente a la derecha. Allí, en lo alto, se encuentra el altar del Calvario. Las dos escaleras de acceso están custodiadas por colosos a los que su espalda y autoridad apenas para frenar a la gente. Los fieles subirán sólo cuando los religiosos estén en el lugar para la celebración de la Pasión.

De repente se hace silencio. Se escuchan los golpes de los bastones de los kawas resonar en la basílica como suena el repique fúnebre. Con los franciscanos en cabeza, la procesión sube, grave y silenciosa, al Calvario. Monseñor Bathish porta la reliquia de la Santa Cruz. Los religiosos se disponen, de pie, en filas estrechas. Algunos fieles, más cercanos a la entrada y que no se han desanimado, son autorizados a subir. Son doscientas personas, quizá, que ocupan cada centímetro cuadrado del espacio libre. Ni una palabra, ni un ruido, y un poco de serenidad. Lágrimas, sonrisas estúpidas. Algunas caras irradian una alegría contenida, otras expresan todavía la sorpresa de haber tenido que sufrir tanto para venir a rezar. Otras, y es triste, están todavía marcadas por la dureza con que se han empleado para poder subir, forcejeando duramente…

El oficio puede comenzar. El relato de la Pasión por parte de los franciscanos se intercala con cantos interpretados por la coral de la Custodia de Tierra Santa. Una Pasión cuyo últimos momentos, en el mismo lugar donde Cristo ha vivido, resuenan con una gravedad singular. Sobre las bóvedas, en la parte latina, en el mosaico se pueden leer estas palabras del profeta Isaías: “Él llevaba nuestros sufrimientos, estaba cargado de nuestros dolores… traspasado a causa de nuestras culpas”.

¿Quiénes somos nosotros realmente, a los pies de la Cruz, discípulos o ejecutores?

Después de la Liturgia de la Palabra viene la gran oración universal del Viernes santo. Después, la adoración de la Santa Cruz. En la liturgia, esta exaltación de la Cruz es siempre impresionante, pero aquí, en el Calvario, se hace con una reliquia de la Santa Cruz. Es impresionante. Sólo los sacerdotes y seminaristas podrán adorarla en este momento. Los fieles lo harán al final de la celebración, en la capilla de la Aparición.

La comunión, sin embargo, se recibe en el altar del Calvario. A pesar de que la muchedumbre es compacta, todos consiguen avanzar para ir a comulgar, sin forcejear ni hacer ruido.
Después de la bendición el cortejo de sacerdotes y religiosos desciende en lenta procesión. Mons. Bathish porta la Santa Cruz y pasa delante del Santo Sepulcro vacío para ir a la capilla de la Aparición… son las primicias de la Pascua. ¡O muerte!, ¿dónde está tu victoria?

MAB