Carta del Dicasterio de las Iglesias Orientales para la colecta del Viernes Santo

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Miércoles de Ceniza 2023

Querido hermano en el episcopado:

El Viernes Santo sentimos resonar la historia de la Pasión del Señor. Entre los signos que acompañan a la muerte de Jesús, se narra que «La cortina del templo se rasgó de arriba abajo en dos partes, la tierra tembló y se hendieron las rocas» (Mt 27,51-52). Justo cuando la humanidad se estaba recuperando lentamente de las consecuencias de la pandemia, tuvimos que asistir, hace todavía pocas semanas, a las graves perturbaciones provocadas por el terrible terremoto. Aunque este también se notó en Jerusalén, donde, sin embargo, causó daños y sembró un número altísimo de muertos fue en Siria y en el sur de Turquía, tierras que conocieron la predicación apostólica y lugares en los que floreció el cristianismo de los orígenes, con insignes tradiciones monásticas y eremíticas, y con escuelas teológicas que han contribuido al desarrollo de la comprensión del misterio de Cristo, de las que todos nosotros somos deudores, aun cuando frecuentemente no las conocemos, debido a las persecuciones que causaron su extinción.

Al drama de la guerra, que en Siria dura ya más de doce años, se ha añadido la devastación provocada por los edificios derrumbados a causa de las violentas sacudidas sísmicas: tantos hermanos nuestros en la fe y en la humanidad han afrontado un nuevo éxodo de sus casas, esta vez ya no por el peligro de las bombas, o a motivo de lo que había significado la invasión de la Meseta de Nínive en Irak, sino porque también la casa, hogar que contiene lo más entrañable al corazón, refugio de la propia familia, ha vacilado, con el riesgo de convertirse, y con frecuencia transformándose de hecho, en una tumba de muerte.

Las devastaciones de la larga guerra y el reciente terremoto han puesto al descubierto, una vez más, la fragilidad de las seguridades en las que la humanidad pone sus propias esperanzas, y nos han hecho sentir más fuertemente el deseo de echar raíces en la Roca de la fidelidad de Dios en la Pascua de Cristo, muerto y resucitado. Hemos dirigido la mirada a su imagen profanada, alguna semana atrás, por los actos vandálicos en la Iglesia de la Flagelación, a lo largo de la Vía Dolorosa, en Jerusalén. En ese Crucifijo mutilado se nos invita a reconocer el dolor de tantos hermanos y hermanas nuestros que, igualmente, han visto los cuerpos de sus seres queridos destrozados bajo los escombros o alcanzados por las bombas, y a recorrer con ellos, agarrando bien sus manos, la vía de la Cruz, sabiendo que todo sepulcro –precisamente como el de la Basílica de la Anástasis, o del Santo Sepulcro, de la Ciudad Santa– no es, ni lo será nunca en ningún tiempo, la última palabra sobre la vida del hombre. La presencia preciosa de los Frailes de la Custodia de Tierra Santa no solo garantiza el mantenimiento de los santuarios, sino que también custodia la vida de las comunidades cristianas, frecuentemente sometidas a la tentación de perder su vocación de ser pueblo de la Pascua en las tierras benditas por la presencia del Redentor.

Muchas casas de los Religiosos y Religiosas Franciscanos y de otras Órdenes y Congregaciones religiosas, en Siria como en Turquía, en estas semanas se han convertido en tiendas y refugio para los que han perdido sus casas, pero, más en general, siguen siendo, en toda la Tierra Santa, como manantiales de esperanza a través del cuidado de los más pequeños, la formación escolar, el acompañamiento de las madres que se encuentran en dificultad, el servicio humilde a los ancianos y enfermos; y además ofrecen un hogar y un futuro para las nuevas familias por medio de planes de construcción de viviendas y de la creación de puestos de trabajo, de manera que valga la pena continuar permaneciendo en los Lugares de la Salvación.

La Iglesia universal y toda la humanidad se han mostrado una vez más diligentes en el auxilio prestado durante la emergencia vinculada a una catástrofe natural, pero el Santo Padre Francisco, en el camino de lo afirmado por sus predecesores, encarga también este año al Dicasterio para las Iglesias Orientales para que invite ardientemente a seguir siendo solidarios con la comunidad cristiana de la Tierra Santa, como ya hizo el Apóstol de las Gentes, san Pablo, con la colecta que promovió para la iglesia de Jerusalén. El gesto material de la oferta al que nos llama el Papa, sea ante todo acompañado por unas palabras que hagan redescubrir el sentido de mantener viva la memoria de los orígenes, como expresa el profeta Isaías: «Considerad la roca de que habéis sido tallados» (Is 51,1). La Iglesia se ha difundido en el mundo con la predicación de los apóstoles, y cada uno de nosotros se ha convertido en la piedra llamada a permanecer unida al fundamento, que es Cristo Señor, para poder construir un edificio espiritual: en Jerusalén están nuestros orígenes y nosotros queremos permanecer unidos y solidarios con los hermanos y las hermanas que allí continúan dando testimonio del Evangelio. Custodiemos la memoria histórica del Cenáculo haciendo que nuestras casas y nuestras parroquias sean cenáculos de oración y caridad. Reforcemos los espacios de la Basílica del Santo Sepulcro y hagamos que resplandezcan de nuevo con toda su luz, pero hagamos también que en nuestros corazones habite el anuncio del Resucitado. Mantengamos la Basílica de la Anunciación de Nazaret, pero dejemos que nuestras vidas se llenen de gozo cada día ante la Palabra del Señor, como hizo María. Unámonos a los ángeles en fiesta de la Basílica de la Natividad de Belén, pero hagámonos cargo del cuidado de cuantos nacen y quedan en los márgenes de nuestra sociedad, como fue así para el Santo Niño en la Gruta, rodeado solamente por los pastores.

Os pido con el corazón que la Colecta del Viernes Santo sea pues generosa por parte de todos, como compuesta por tantos pequeños óbolos de la viuda alabada por Jesús en el Evangelio.

En nombre del Santo Padre Francisco doy las gracias a los Obispos, a los párrocos, a todas las comunidades religiosas y parroquiales, como también a los Comisarios de Tierra Santa que por todas partes en el mundo ayudan a la realización de esta peregrinación anual a las fuentes de la existencia cristiana. Gracias, sobre todo, en nombre de los que volverán así a una vida más digna, gracias por vuestra bondad.

 

Suyo devotísimo

✠ Claudio Gugerotti
Prefecto

Rev. Flavio Pace
Subsecretario

                                              

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