
24 de diciembre de 2025
Feria de Adviento
Fray Francesco Ielpo, Custodio de Tierra Santa
Que el Señor te conceda la paz. Soy fray Francesco Ielpo, Custodio de Tierra Santa.
El Evangelio de este último día de Adviento nos presenta el canto de Zacarías, el Benedictus, un himno de alabanza y de esperanza que nos prepara para el misterio de la Navidad. Es un canto que nace de una larga espera, del silencio de un hombre que ha aprendido a creer y que ahora, en la víspera del nacimiento del Salvador, estalla en un canto lleno de gratitud.
En este cántico resuenan tres grandes temas de nuestra fe: la fidelidad de Dios, la salvación y la universalidad de su amor.
Ante todo, un Dios fiel: «Bendito sea el Señor, porque ha visitado y redimido a su pueblo… como había prometido por boca de los profetas… se ha acordado de su alianza».
Dios se acuerda. La memoria de Dios no es como la nuestra, frágil e intermitente. La memoria de Dios es fidelidad: Él nunca olvida sus promesas.
La Navidad que contemplaremos dentro de pocas horas es el signo de que Dios mantiene la palabra dada: ha visitado a su pueblo, ha mostrado su ternura. Zacarías habla de una “tierna bondad de nuestro Dios”, una expresión que en hebreo evoca el amor visceral de una madre. La Navidad es la prueba de que Dios no está lejos ni distraído, sino cercano, compasivo, fiel.
El canto de Zacarías, además, habla con fuerza de salvación. La salvación que Dios concede no es abstracta ni solamente espiritual: es concreta, toca la historia. Es liberación del miedo, de la esclavitud, de la opresión, pero también del pecado que nos aprisiona por dentro. El Evangelio nos recuerda que la salvación no es solo una “liberación de”, sino también una “liberación para”: “para que le sirvamos en santidad y justicia, en su presencia, todos nuestros días”.
Dios nos libera para devolvernos a nosotros mismos, para hacernos sus colaboradores, para hacernos capaces de amar. Por eso la Navidad no es solo una fiesta de luz y de dulzura, sino una llamada a renovar nuestra vida, a hacer que la libertad donada por Dios se convierta en responsabilidad, misión, servicio.
Zacarías anuncia luego que su hijo Juan preparará el camino del Señor, pero la luz que está a punto de surgir es para todos los pueblos. La Navidad es una luz que no conoce fronteras.
Ese “sol que nace” es Cristo mismo: ilumina al pueblo de Israel, pero también a los paganos; calienta a los justos y a los pecadores; entra en las tinieblas del mundo y del corazón humano.
En una Navidad como esta, en la que tantas sombras parecen cubrir la Tierra Santa y el mundo entero – guerras, miedo, divisiones –, esta palabra resuena como promesa y consuelo: la luz verdadera sigue viniendo.
Es el Señor quien continúa saliendo allí donde el ser humano se siente perdido, donde la violencia ha oscurecido la esperanza, donde la fe parece apagarse.
Entonces también nosotros, como Zacarías, podemos cantar con gratitud: “Bendito sea el Señor, porque ha visitado y redimido a su pueblo.”
Paz y bien desde Tierra Santa.
