
19 de diciembre de 2025
Tercer Viernes de Adviento
Fray Amedeo Ricco
¡El Señor te conceda la paz! Soy fray Amedeo, arqueólogo del Studium Biblicum Franciscanum de Jerusalén.
“En tiempo del rey Herodes… a la hora del incienso… tu oración ha sido escuchada”.
El evangelista Lucas comienza así su relato sobre Jesús. Inmediatamente después del prólogo, nos lleva entre los silencios arcanos y los meticulosos ritos del antiguo Templo de Jerusalén, entre innumerables animales sacrificados para obtener el perdón y efluvios de incienso liberados en homenaje a lo divino, entre las oraciones susurradas de los pobres y de los últimos y el orgullo ampuloso de quienes se consideran en regla. Y es en este marco solemne donde deja oír las notas dolorosas: “En tiempo del rey Herodes”, dice, es decir, bajo un rey impuesto por la política humana – esa cosa tan sucia, sucia – y en un régimen de violencia, en el cual los malvados prosperan y parecen invencibles; mientras que “un sacerdote, Zacarías, y su esposa Isabel, justos, irreprochables ante Dios… no tenían hijos. Ella era estéril y ambos habían avanzado en edad”. En esta paradoja de un mundo en manos de las personas equivocadas, en manos de los peores y de los despiadados, en manos de criminales enloquecidos, en un mundo en el que las personas buenas y justas están en cambio con las manos vacías y humilladas, precisamente allí, precisamente allí en medio, el evangelista intenta hacernos ver que nunca es el final, que no todo está perdido. Al contrario, que una renovación desde la raíz, un nuevo comienzo, está a punto de nacer precisamente allí, en esa oscuridad, en el colmo de la desesperación. El arcángel Gabriel anuncia la Buena Noticia: “el verdadero Rey, el definitivo, el Nètzer, el Germen, el vástago descendiente de David, largamente esperado por el pueblo judío y por todas las naciones, está a punto de venir al mundo, a este mundo de aquí, lleno de horrores, para traerte esperanza, para ponerte de nuevo en pie”.
Zacarías, ya tan acostumbrado a sufrir, a la humillación en aquella cultura de no haber tenido hijos, al oír que no solo será padre, sino incluso que él e Isabel darán a luz al Precursor del Mesías, no puede, no logra creer. Ni siquiera ante el Ángel del Señor. Vacila. También nosotros vivimos noches oscuras, sin salida. Casi como si hubiera un ensañamiento del cielo contra nosotros. Y se puede estar seguro: esas noches antes o después llegan para todos. Cuando tienes miedo de no lograrlo, de haber llegado al límite, cuando el reino de los malvados parece más fuerte que el Reino de Cristo. Pero es en ese momento cuando el Evangelio te dice: no es el final, esta noche es solo el último umbral, antes de que brote lo nuevo, lo inesperado. Jesús, en suma, aparece en el horizonte cuando menos te lo esperas, cuando ya no tenías esperanza. Cuando a la esterilidad ya te habías resignado.
¿La lección? ¡Nunca desesperar! Y sobre todo nunca adecuarse a los corruptos, a los despiadados, nunca entrar en el engranaje de los poderosos, y siempre, siempre, conservar la propia pureza: pureza de juicio, de pensamiento, independencia de espíritu. ¡Nunca dejarse ensuciar! ¡Nunca adecuarse! El Reino de los cielos es de quien sabe protegerlo, con integridad, en su corazón. Al final solo permanecerá el Reino de Cristo. Los Herodes y los sumos sacerdotes de este mundo desaparecerán. ¿A quién queremos dar el corazón, entonces? ¿De quién queremos ser?
Ven, oh Rey, brota aquí abajo, oh Germen,
sorpréndenos, ven a liberarnos del mal.
Paz a vosotros desde Tierra Santa.
