13 de diciembre de 2025 - Segundo Sábado de Adviento - fray Agustín Pelayo

Evangelio del día meditado por el fray Agustín Pelayo, Ecónomo Custodial

13 Dic 2025

13 de diciembre de 2025
Segundo Sábado de Adviento
Fray Agustín Pelayo

Queridos hermanos y hermanas,

aquí, desde nuestra querida Tierra Santa, este Evangelio resuena con una luz especial. Jesús baja de la montaña después de la Transfiguración y los discípulos le preguntan: "¿Por qué dicen los escribas que Elías tiene que venir primero?". Jesús responde que Elías ya ha venido, pero no ha sido reconocido. Y los discípulos comprenden que se refiere a Juan el Bautista.

Este pasaje nos recuerda algo muy sencillo y muy cierto: a veces Dios pasa a nuestro lado, pero no le reconocemos. Pasa por gente sencilla, por situaciones cotidianas, por un pobre que llama a la puerta o por un hermano que pide ser escuchado... pero nuestros ojos están distraídos, llenos de otras cosas, y corremos el riesgo de no ver.

Juan Bautista había venido a preparar el camino del Señor, pero muchos no le escucharon. Así sucede también hoy: la voz de Dios sigue hablándonos, pero no siempre estamos dispuestos a recibirla.

Jesús añade: "También el Hijo del hombre padecerá de ellos". Tampoco él será reconocido. En Tierra Santa escuchamos esta palabra de manera especial: aquí pasó Jesús, aquí habló, aquí amó, aquí sufrió. Sin embargo, también hoy en esta Tierra hay incomprensiones, tensiones, sufrimientos. ¡Cuántas veces no reconocemos la presencia del Señor que sigue caminando con nosotros!

Hermanos, la pregunta entonces es simple: ¿cómo podemos reconocer a Dios hoy?

Tal vez no en grandes milagros, pero

- en un acto de paciencia,
- en un acto de perdón,
- en un servicio hecho con amor,
- en una buena palabra dicha al solitario.

Aquí, en la Tierra del Evangelio, tenemos un gran don: cada piedra, cada calle, cada rostro nos recuerda que Dios ha entrado en nuestra historia de manera concreta. Y nosotros estamos llamados a tener ojos atentos, ojos que sepan reconocerlo.

Pedimos hoy al Señor un corazón sencillo, como el de los discípulos, un corazón que sepa escuchar la voz de Dios y acogerla. Y le pedimos que nosotros mismos seamos signos de su presencia para quienes nos encuentren.

Que el Señor nos dé ojos para ver y corazón para reconocer su paso en nuestras vidas.

Amén.

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