El uno de enero de 1300, en la basílica vaticana, el celebrante pronunció una homilía sobre el “año centésimo”, el año jubilar, como ocasión de reconciliación y perdón. Se extendió el rumor de que cualquier romano que visitase ese día la tumba de San Pedro, obtendría la indulgencia total por sus pecados, y en los días posteriores la indulgencia de cien años.
En un instante, una gran multitud se reunió ante la basílica de San Pedro y se extendió la creencia de que el año secular traería consigo la posibilidad de obtener la indulgencia plenaria y de que Roma concedería un gran perdón. Bajo la presión de los acontecimientos y de una multitud cada vez más numerosa que acudía a la tumba del apóstol, la idea de un año jubilar se abrió paso en la mente del papa Bonifacio VIII. Tras pedir opinión a los cardenales convocados al consistorio, el 22 de febrero de 1300, publicó la bula “Antiquorum habet”, con la que convocaba el Año Santo. En el texto parece claro que el primer jubileo no nace de una tradición bíblica, aunque existen conexiones, sino de la piedad popular de la Baja Edad Media.