En el capítulo 25 del libro del Levítico, se dice que cada siete semanas de años, en el quincuagésimo año, la “trompeta de la aclamación” debe sonar para proclamar un “sábado” de doce meses de duración. Un tiempo de descanso para la tierra, de deudas perdonadas y de liberación para los esclavos. La trompeta con la que se anunciaba este año tan particular era un cuerno de carnero, que en hebreo se dice “Yobel”, de donde deriva la palabra “Jubileo”. El cuerno de carnero se tocaba para recordar la fe de Abraham en el monte Moria, cuando aceptó sacrificar a su hijo Isaac a Dios. En ese momento, la aparición de un carnero con los cuernos enredados en un arbusto fue la señal de que su obediencia había sido apreciada.
Del texto bíblico se desprende el carácter “misericordioso” de este tiempo, en el que se proclama la justicia contra toda forma de explotación de los bienes de la tierra y, en especial, del hombre hacia otro hombre. El año jubilar es la posibilidad de un nuevo comienzo: rompe el círculo vicioso de la injusticia y libera de la culpa.