Lecturas:Hch 10,34a.37-43; Col 3,1-4; Jn 20,1-9
Queremos rezar por nuestros hermanos los comisarios de Tierra Santa y por sus colaboradores, un centenar en 60 países del mundo, para que continúen dando a conocer y amar la Tierra Santa, los bienes espirituales de los que es depositaria y a los fieles locales, que son los herederos y descendientes de las primeras comunidades cristianas. Que nuestros comisarios puedan acompañar pronto de nuevo a los peregrinos para renovar su fe en contacto con el Quinto Evangelio; que puedan seguir siendo el instrumento del que se vale el Señor para hacernos llegar Su providencia a través de la generosidad de los benefactores; que puedan tambiénseguir promoviendo las vocaciones al servicio de esta Tierra Santa, única por el significado que tiene en la historia de nuestra salvación.
Queremos, en esta ocasión, orar con fe también por todos los benefactores y los fieles que en todas partes del mundo son sensibles a las necesidades de la Tierra Santa y de esta misión que se nos ha confiado, por gracia y providencia de Dios. Sabemos que estáis aquí con el corazón, aunque la pandemia todavía impida viajar y venir a los Santos Lugares.
En esta celebración, aquí en el Santo Sepulcro, en el lugar más santo de toda la Cristiandad, en el lugar donde Jesús venció al pecado y a la muerte y nos dio una esperanza real e invencible, queremos una vez más rezar también por el fin de la pandemia, por los enfermos y los que les cuidan, por los muchos pobres que no disponen de medios para curarse, pero también por los pastores y los gobernantes, que tienen que tomar decisiones difíciles por el bien de los fieles, de las personas y los pueblos.
En Nazaret, en Belén, en la mayoría de los santuarios que custodiamos, contemplamos a Jesucristo, Dios verdadero y hombre verdadero, y los misterios de su vida; contemplamos su persona en su humanidad y a través de su humanidad llegamos poco a poco a intuir su divinidad, para llegar al Calvario, a pocos pasos de aquí, y reconocer precisamente gracias a su forma única de morir, aquello que reconoció el centurión: “Verdaderamente, este hombre era Hijo de Dios”. En la mayoría de los santuarios que custodiamos contemplamos sobre todo el hecho de que Jesús se vació de su ser Dios para hacerse hombre, siervo obediente hasta la muerte, y muerte de cruz, por nosotros, por mí.
No solocontemplamos lo que vieron Pedro y Juan, sino también lo que María Magdalena, la apóstol de los apóstoles, pudo veren este jardín: contemplamos al Resucitado. Si en los demás sitios, incluido el Calvario, contemplamos en el hombre Jesús al Hijo de Dios, aquí en el Sepulcro contemplamos en el Hijo de Dios al hombre nuevo que, en su carne ahora transfigurada por el poder del Espíritu Santo, participa de manera personal, con toda su humanidad, en la vida de Dios.
Aquí está la fuente de nuestra esperanza, aquí está el sentido de nuestra vida, la transformación que se nos ha dado y de la que habló el apóstol Pablo con palabras que sirvenhoy para nosotros igual que para los primeros cristianos: “Recordad que habéis resucitado con Cristo, y después vivid con la perspectiva de los que han resucitado, no de la gente que aún es prisionera de la muerte. Que vuestros pensamientos, vuestras elecciones, vuestras acciones, revelen que ya participáis de esa vida nueva y divina que Jesucristo nos ha dado con su resurrección. Que vuestros pensamientos, vuestras actitudes y vuestra vida manifiesten que ya vivís en Dios”(cfr. Col 3,1-4).
Nuestra presencia como custodios de este lugar es ante todo la presencia de quien continuamente contempla este misterio y celebra este misterio. No olvidamos lo que el papa Clemente VI nos pidió cuando nos confió esta misión: nos pidió “morar” aquí, como la Magdalena, que no se alejaba de este lugar; y nos pidió “celebrar misas cantadas y oficios divinos”, es decir, celebrar este misterio para que al celebrarlo continúe siendo fuente de salvación, de esperanza, de renovación y de resurrección para toda la humanidad.