Los días jueves 14 y viernes 15 de agosto, en Jerusalén, se celebró la solemnidad de la Asunción de la Santísima Virgen María.
La vigilia se llevó a cabo, en la noche del jueves, en el huerto de los olivos junto a la Basílica de la Agonía (Getsemaní), y luego continuó con la celebración de la misa solemne, el viernes por la mañana, presidida por el Custodio de Tierra Santa, frey Francesco Ielpo.
En el jardín que bordea la Basílica de Getsemaní se celebró la vigilia con procesión hasta el interior de la basílica. Presidida por el Custodio de Tierra Santa, contó con la participación de numerosos religiosos y religiosas locales, además de los frailes franciscanos de la Custodia de Tierra Santa.
La presencia de tantos consagrados y consagradas fue el centro de la reflexión del Custodio, compartida al final de la oración. Una vez en la Basílica, frey Ielpo esparció pétalos de rosa, impregnados con perfume de nardo, sobre la estatua que representaba a la Virgen María llevada en procesión. Ese gesto, subrayó, le recordó el valor de nuestro "sí" cotidiano, la respuesta a la llamada del Señor que cada sacerdote, religiosa o consagrado renueva día tras día.
Todos estamos invitados a ofrecer nuestro "sí" a María y a su Hijo unigénito como pétalos perfumados, signo concreto de un deseo de servicio que queremos custodiar y reavivar cada día, como un perfume que se difunde.
En la homilía, frey Ielpo invitó a dirigir la mirada hacia el cielo, contemplando a María como signo vivo y concreto de la presencia de Dios en la historia. La liturgia, recordando la imagen del arca de la alianza descrita en el Apocalipsis, la mujer "vestida de sol" y llena de vida, recuerda que hoy esa arca es la Iglesia, una comunidad que guarda a Cristo en el corazón y lo ofrece al mundo, aun atravesando pruebas y dificultades. Como un peregrino que avanza a pesar del viento contrario, el pueblo de Dios continúa su camino, seguro de que la victoria final pertenece al Señor.
El Evangelio presenta a María como Madre del Señor y modelo de fe, la que acogió la Palabra con confianza y cantó el Magníficat, el himno de quien sabe que Dios no olvida a los pequeños y a los pobres. Un mensaje que, hoy más que nunca, es precioso para los cristianos de Tierra Santa, a menudo inmersos en situaciones de dolor e injusticia, pero llamados a custodiar la esperanza.
Mirar a María significa reconocer que en ella la promesa de Dios ya se ha cumplido y que el mismo destino de comunión y de paz está preparado para todos. Es una invitación a no dejarse vencer por el mal, sino a creer que en Cristo todo será recapitulado, sanado y renovado.
Por la tarde, en la gruta de Getsemaní, se rezaron las Segundas Vísperas. Este lugar, conocido como "Gruta de la traición" o "Gruta de los Apóstoles", es considerado la parte más antigua del huerto de Getsemaní y se encuentra a la derecha de la entrada de la Iglesia de la Tumba de María.
Luego tuvo lugar la tradicional procesión hacia la Tumba de la Virgen, en el único día del año en que los franciscanos pueden realizar esta peregrinación. En el pasado, los frailes menores tenían el uso exclusivo de la Tumba, pero en 1757 fueron definitivamente apartados. Hoy el santuario está custodiado por las comunidades greco-ortodoxa y armenio-ortodoxa y, junto con Belén, el Santo Sepulcro y el lugar de la Ascensión, es uno de los cuatro lugares santos regulados por el Status Quo. Según esta disposición, los franciscanos pueden entrar solo en la fiesta de la Asunción.
Los fieles, uno a uno, se arrodillaron ante la Tumba, rindiendo homenaje a María, Madre de Jesús.
Francesco Guaraldi