El lago y la ciudad de Jesús
Evangelio según San Mateo (Mt 4, 12-17)
Cuando Jesús se enteró de que Juan había sido arrestado, se retiró a Galilea.
Y, dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaúm, a orillas del lago, en los confines de Zabulón y Neftalí, para que se cumpliera lo que había sido anunciado por el profeta Isaías:
"¡Tierra de Zabulón, tierra de Neftalí, camino del mar, país de la Transjordania, Galilea de las naciones!
El pueblo que se hallaba en tinieblas vio una gran luz; sobre los que vivían en las oscuras regiones de la muerte, se levantó una luz."
A partir de ese momento, Jesús comenzó a proclamar: «Conviértanse, porque el Reino de los Cielos está cerca».
EL LIBRO DEL PUEBLO DE DIOS La Biblia (Traducción argentina) 1990
La zona que rodea el lago de Tiberiades se puede considerar hoy como un santuario, porque es la Tierra en la que Jesús vivió y se manifestó en toda su plenitud, como hombre y como Dios. Se dice que donde Jesús posó su pie, allí nació un santuario.
La belleza de la zona, su frondosa vegetación y la atmósfera «paradisíaca», permiten al peregrino entrar de lleno en la narración de la vida de Jesús, que aquí se ha autorrevelado y mostrado como maestro, taumaturgo y exorcista.
Jesús ha pasado por estos lugares muchas veces, ha pisado con sus pies por estos lugares, ha hecho milagros y se ha mirado repetidamente en las aguas del lago. Su voz ha resonado entre las ensenadas de las orillas del lago como anuncio de la Palabra de Dios, y es como si esta hubiera permanecido atrapada en este maravilloso paisaje. Es impresionante cómo aquí se puede reconocer el lento y cotidiano vivir de nuestro Señor, sus acciones diarias, su experiencia de Dios hecho hombre. Pero es también extraordinario ver cómo aquí se ha manifestado en toda su divinidad, cómo nos ha dado su ejemplo de Caridad, de Verdad, Vida y Camino y al mismo tiempo, ha manifestado su poder a través de los milagros y las curaciones. Así, podemos decir que este es el Lago de Jesús que testimonia su divinidad y su acción salvadora.
"En Capernaum, la casa del príncipe de los apóstoles se ha transformado en una iglesia: sus muros siguen siendo hoy como lo fueron antes. Allí el Señor sanó al paralítico. También está la sinagoga en la que el Señor sanó a los demonios ".
Pietro Dacono (siglo XII), texto atribuido a Egeria (siglo IV).
Cafarnaún en particular, es un lugar de gracia junto con todo el lago. Es el pueblo de Galilea más frecuentado y servido por Jesús. Aquí Jesús eligió a sus discípulos y los llamó uno a uno, haciéndolos testigos de su grandeza con su vida y sus obras. Aquí Jesús anunció la santa Eucaristía con el discurso del Pan de vida en la sinagoga.
Jesús vivió aquí su cotidianidad; aquí decidió vivir en la casa de su discípulo, Pedro, donde encontró a sus apóstoles, donde le buscaron todos aquellos que querían recibir su gracia y curarse de sus propios males. La casa de Pedro se transformará en un nuevo punto de encuentro con la nueva comunidad que se constituyó alrededor de él, después del rechazo sufrido dos veces en la Sinagoga.
Jesús regresará siempre a Cafarnaún después de sus viajes a Galilea, esto demuestra cuánto amaba vivir en esta ciudad a la que convirtió en centro de su misión.
Aquellos que desde cualquier parte del mundo vienen a visitar este lugar santo y lo hacen con coraje y humildad, viniendo desde países lejanos, reciben el don de la alegría y la serenidad, inmersos en un contexto natural de gran belleza.
En el espíritu de los peregrinos se puede renovar el milagro, como si se encontraran entre la multitud de los que lo seguían y escuchaban.
El Pan de vida
Evangelio según San Juan (Gv 6,24-59)
Cuando la multitud se dio cuenta de que Jesús y sus discípulos no estaban allí, subieron a las barcas y fueron a Cafarnaúm en busca de Jesús. Al encontrarlo en la otra orilla, le preguntaron: «Maestro, ¿cuándo llegaste?».
Jesús les respondió: «Les aseguro que ustedes me buscan, no porque vieron signos, sino porque han comido pan hasta saciarse.
Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre; porque es él a quien Dios, el Padre, marcó con su sello».
Ellos le preguntaron: «¿Qué debemos hacer para realizar las obras de Dios?».
Jesús les respondió: «La obra de Dios es que ustedes crean en aquel que él ha enviado».
Y volvieron a preguntarle: «¿Qué signos haces para que veamos y creamos en ti? ¿Qué obra realizas? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como dice la Escritura: Les dio de comer el pan bajado del cielo».
Jesús respondió: «Les aseguro que no es Moisés el que les dio el pan del cielo; mi Padre les da el verdadero pan del cielo; porque el pan de Dios es el que desciende del cielo y da Vida al mundo». Ellos le dijeron: «Señor, danos siempre de ese pan».
Jesús les respondió: «Yo soy el pan de Vida. El que viene a mí jamás tendrá hambre; el que cree en mí jamás tendrá sed. Pero ya les he dicho: ustedes me han visto y sin embargo no creen.
Todo lo que me da el Padre viene a mí, y al que venga a mí yo no lo rechazaré, porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la del que me envió. La voluntad del que me ha enviado es que yo no pierda nada de lo que él me dio, sino que lo resucite en el último día. Esta es la voluntad de mi Padre: que el que ve al Hijo y cree en él, tenga Vida eterna y que yo lo resucite en el último día». Los judíos murmuraban de él, porque había dicho: «Yo soy el pan bajado del cielo». Y decían: «¿Acaso este no es Jesús, el hijo de José? Nosotros conocemos a su padre y a su madres. ¿Cómo puede decir ahora: «Yo he bajado del cielo»? Jesús tomó la palabra y les dijo: «No murmuren entre ustedes. Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me envió; y yo lo resucitaré en el último día. Está escrito en el libro de los Profetas: "Todos serán instruidos por Dios". Todo el que oyó al Padre y recibe su enseñanza, viene a mí. Nadie ha visto nunca al Padre, sino el que viene de Dios: sólo él ha visto al Padre. Les aseguro que el que cree, tiene Vida eterna. Yo soy el pan de Vida. Sus padres, en el desierto, comieron el maná y murieron. Pero este es el pan que desciende del cielo, para que aquel que lo coma no muera. Yo soy el pan vivo bajado del cielo. El que coma de este pan vivirá eternamente, y el pan que yo daré es mi carne para la Vida del mundo».
Los judíos discutían entre sí, diciendo: «¿Cómo este hombre puede darnos a comer su carne?». Jesús les respondió: «Les aseguro que si no comen la carne del Hijo del hombre y no beben su sangre, no tendrán Vida en ustedes. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene Vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Porque mi carne es la verdadera comida y mi sangre, la verdadera bebida.El que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí y yo en él. Así como yo, que he sido enviado por el Padre que tiene Vida, vivo por el Padre, de la misma manera, el que me come vivirá por mí. Este es el pan bajado del cielo; no como el que comieron sus padres y murieron. El que coma de este pan vivirá eternamente». Jesús enseñaba todo esto en la sinagoga de Cafarnaúm.
Después de oírlo, muchos de sus discípulos decían: «¡Es duro este lenguaje! ¿Quién puede escucharlo?». Jesús, sabiendo lo que sus discípulos murmuraban, les dijo: «¿Esto los escandaliza? ¿Qué pasará entonces, cuando vean al Hijo del hombre subir donde estaba antes? El Espíritu es el que da Vida, la carne de nada sirve. Las palabras que les dije son Espíritu y Vida. Pero hay entre ustedes algunos que no creen». En efecto, Jesús sabía desde el primer momento quiénes eran los que no creían y quién era el que lo iba a entregar. Y agregó: «Por eso les he dicho que nadie puede venir a mí, si el Padre no se lo concede». Desde ese momento, muchos de sus discípulos se alejaron de él y dejaron de acompañarlo. Jesús preguntó entonces a los Doce: «¿También ustedes quieren irse?». Simón Pedro le respondió: «Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de Vida eterna. Nosotros hemos creído y sabemos que eres el Santo de Dios». Jesús continuó: «¿No soy yo, acaso, el que los eligió a ustedes, los Doce? Sin embargo, uno de ustedes es un demonio». Jesús hablaba de Judas, hijo de Simón Iscariote, que era uno de los Doce, el que lo iba a entregar.
EL LIBRO DEL PUEBLO DE DIOS La Biblia (Traducción argentina) 1990
El alimento que perece y el que da la vida eterna
En la sinagoga de Cafarnaún, Jesús dice que ha sido enviado por el Padre y reclama la fe en Él. Pero la multitud de Galilea considera sus milagros insuficientes para exigir aquella fe y pide un prodigio análogo, si no superior, al del maná que Moisés hizo bajar del cielo. No, rectifica Jesús. No fue Moisés sino Dios el que mandó a los israelitas el maná que los alimentó. Y también ahora es Dios el que presenta a su enviado a todos los hombres para saciar sus aspiraciones a una vida que no tendrá fin. Es Jesús, el verdadero Pan de Vida. Y quien no cree en él está perdido, porque en la era mesiánica basta, para creer, dejarse atraer por la gracia de Dios. ¿Y que fue el maná en comparación con el pan que Jesús promete? Un alimento que no preservó de la muerte. Él, en cambio, garantiza la vida eterna.
Sigue la alusión a la eucaristía, a su carne que será ofrecida en sacrificio por la humanidad. Quien recibe este alimento auténtico recibirá la Vida, la vida eterna de Aquel a quien el Padre ha constituido en dador de vida.
Muchos discípulos encontraron este discurso misterioso y difícil de aceptar. Pero la cruz y la glorificación del crucificado demostrarán que tanto la Eucaristía como la palabra reveladora del Espíritu son de verdad capaces de dar vida.
Muchos de sus discípulos, nos dice el evangelista, abandonaron a Jesús. En cambio Pedro, en nombre de los apóstoles, ratifica su fe en Él, el Mesías que Dios ha mandado y consagrado y cuyas palabras transmiten la vida eterna a quien las escucha.
M. Adinolfi – G. B. Buzzone, Viaggio del cuore in Terra Santa, Casale Monferrato 2000, 56-57.
Jesucristo Nuestro Señor, que con amor inefable se ha entregado a sí mismo por nosotros.” (Celano, Vita prima di San Francesco d’Assisi, Cap. XXX, [FF86])
Tanto en la Iglesia como en la espiritualidad franciscana, el misterio de la encarnación de Cristo y el don de su cuerpo y de su sangre en la Eucaristía, representan el centro y culminación de la celebración del amor del Padre por sus hijos. Este anuncio hecho por Jesús en la sinagoga de Cafarnaún revela toda su misteriosa entrega a los hombres; pero las consecuencias de estas palabras hicieron que se alejaran muchos de sus seguidores. Jesús no fue comprendido por todos, al contrario, se le consideró un loco. Lo que la gente buscaba eran sus milagros y curaciones y no la novedad y la profundidad del mensaje que había venido a anunciar a los hombres, que requería un seguimiento más radical, que anunciaba un amor total de Él hacia la humanidad, que no tenía el sabor del milagro ni del Dios que se revela en la poder y en la fuerza.
El discurso eucarístico de Jesús en la sinagoga de Cafarnaún revela a los que le siguen, al día siguiente con la multiplicación del pan y de los peces, cuál es el pan verdadero que no perece. El anuncio de Jesús, en el que proclama que sólo quien coma su carne y beba su sangre tendrá la vida eterna, constituye una prueba de fe que no es fácil de superar por los discípulos. La fe se exige a los discípulos de aquel tiempo y de todos los tiempos. Cuando cada uno de nosotros se encuentra delante del Pan y del Vino consagrados, necesita el don de la fe para acoger a Cristo y en Él tener la vida eterna.
La devoción franciscana a Jesús y a los lugares santificados por su paso, Verbo de Dios hecho hombre, lleva consigo un estilo de oración que nace del deseo de conformarse a la imagen de Jesús, hombre pobre y crucificado. La celebración de los eventos de la vida de Cristo se concreta en la santa Eucaristía. La celebración de la misa votiva de la santa Eucaristía en Cafarnaún es una prueba concreta de la devoción de los hijos de Francisco en Jesús, presente en su cuerpo y en su sangre. De hecho, en la Tierra Santa existe una estrecha unión entre la historia y la arqueología, entre la devoción y la liturgia; tan fuerte que es capaz de constituir piedras fundantes de su tradición espiritual.
Los cristianos de los primeros siglos consideraron como Santos Lugares aquellos sitios de la geografía del Oriente Medio que tuvieron el honor de acoger los pasos del Hijo unigénito de Dios, de su santa Madre, de los apóstoles y en donde acontecieron los eventos del Antiguo Testamento. Los Santos Lugares son los testigos que hablan, de manera concreta, de los eventos históricos que anuncian la Palabra de Dios. En todos los lugares de la cristiandad, a partir del s. IV d.C., surgen por todas partes las grandes basílicas alrededor de las tumbas de los mártires. En la Tierra Santa lo que testimonia la presencia de Cristo es la geografía; las basílicas de la Tierra Santa, los Martyria, son relicarios que no custodian los huesos de nadie, sino aquella porción de Tierra que tiene las huellas del paso de Dios hecho hombre.
Durante siglos, en todos los Santos Lugares, la constante celebración de los misterios de Cristo por parte de la Iglesia ha producido escritos y transmitido prácticas de oración y veneración de estos Santos Lugares que constituyen un gran patrimonio litúrgico-devocional. En el caso de la casa de Pedro y de la sinagoga de Cafarnaún no ha sido así a causa de la decadencia de la ciudad de Cafarnaún, que no ha permitido transmitir el culto del Lugar Santo. Después, con la llegada de los frailes a la Tierra Santa, a partir del s. XIII, se sembraron las primeras semillas de una tradición descubierta y recuperada; de hecho, estos empezaron a dirigirse al Lugar Santo para venerar la casa del apóstol Pedro y la sinagoga. Las primeras celebraciones en las ruinas de Cafarnaún, testimoniadas en el s. XV, estuvieron caracterizadas simplemente por la oración del Pater, Ave y Gloria, para la adquisición de la indulgencia. Más tarde, en el s. XVII, se añadió la lectura del Evangelio (Jn 6, 24-59). Una vez que adquirieron el santuario de Cafarnaún en 1890, los frailes comenzaron a celebrar la fiesta de la santa Eucaristía en la sinagoga. En la actualidad, se celebran dos solemnidades: la festividad del anuncio de la santa Eucaristía y la de san Pedro Apóstol. Además, se realizan dos peregrinaciones, una en la octava de Pentecostés y otra en la octava del Corpus Christi.
Es hermoso recordar cómo en las peregrinaciones dedicadas a la celebración del anuncio de la santa Eucaristía en Cafarnaún, la Iglesia pide a los fieles que sean dignos de participar en el Pan de vida, pide tener fe para acoger el don del Cuerpo de Cristo, pide la esperanza en la vida eterna, pide la caridad para configurarse en Cristo en la entrega individual a los hermanos. En las oraciones se reconoce a Dios como fuente de todo bien, y en Jesús sacramentado, el don más grande para el hombre. A Dios se le pide también la participación en el Pan de vida eterna para que sea fuente de vida para los demás. La participación en el amor debe edificar la fraternidad entre los hombres. Las oraciones insisten en que la fuerza para poner por obra esta caridad, que constituye la fraternidad, tiene su fuente en la palabra de vida eterna y en la comunión con el Cuerpo y Sangre de Cristo.
Los milagros
Jesús se manifiesta en Cafarnaún a través de su predicación, pero también a través de los milagros y las curaciones. Jesús no quiere manifestarse solo con sus obras de curación, no quiere hacerse «publicidad», pero los milagros que realiza le convierten en un personaje popular y, de esta manera, a Él se acerca una gran multitud pidiéndole la Gracia. Además, en los milagros se puede comprender la importancia de la misión de Jesús, «Él cargó con nuestros pecados» (Is 53, 4), es decir, Jesús se hizo siervo expresando el amor de forma concreta, principio y fin de todas sus acciones. Entre los milagros más emblemáticos recordamos el de la suegra de Pedro, el del paralítico, el del siervo del centurión, el del leproso y el de la hija de Jairo.
Siervo del centurión
Evangelio según San Mateo (Mateo 8, 1-13)
Cuando Jesús bajó de la montaña, lo siguió una gran multitud. Entonces un leproso fue a postrarse ante él y le dijo: «Señor, si quieres, puedes purificarme».
Jesús extendió la mano y lo tocó, diciendo: «Lo quiero, queda purificado». Y al instante quedó purificado de su lepra.
Jesús le dijo: «No se lo digas a nadie, pero ve a presentarse al sacerdote y entrega la ofrenda que ordenó Moisés para que les sirva de testimonio».
Al entrar en Cafarnaúm, se le acercó un centurión, rogándole»
«Señor, mi sirviente está en casa enfermo de parálisis y sufre terriblemente». Jesús le dijo: «Yo mismo iré a curarlo».
Pero el centurión respondió: «Señor, no soy digno de que entres en mi casa; basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará. Porque cuando yo, que no soy más que un oficial subalterno, digo a uno de los soldados que están a mis órdenes: «Ve», él va, y a otro: «Ven», él viene; y cuando digo a mi sirviente: «Tienes que hacer esto», él lo hace».
Al oírlo, Jesús quedó admirado y dijo a los que lo seguían: «Les aseguro que no he encontrado a nadie en Israel que tenga tanta fe.
Por eso les digo que muchos vendrán de Oriente y de Occidente, y se sentarán a la mesa con Abraham, Isaac y Jacob, en el Reino de los Cielos; en cambio, los herederos del reino serán arrojados afuera, a las tinieblas, donde habrá llantos y rechinar los dientes». Y Jesús dijo al centurión: «Ve, y que suceda como has creído». Y el sirviente se curó en ese mismo momento.
EL LIBRO DEL PUEBLO DE DIOS La Biblia (Traducción argentina) 1990
Evangelio según San Lucas (Lucas 7,1-10)
Cuando Jesús terminó de decir todas estas cosas al pueblo, entró en Cafarnaúm.
Había allí un centurión que tenía un sirviente enfermo, a punto de morir, al que estimaba mucho.
Como había oído hablar de Jesús, envió a unos ancianos judíos para rogarle que viniera a curar a su servidor.
Cuando estuvieron cerca de Jesús, le suplicaron con insistencia, diciéndole: «El merece que le hagas este favor, porque ama a nuestra nación y nos ha construido la sinagoga».
Jesús fue con ellos, y cuando ya estaba cerca de la casa, el centurión le mandó decir por unos amigos: «Señor, no te molestes, porque no soy digno de que entres en mi casa; por eso no me consideré digno de ir a verte personalmente. Basta que digas una palabra y mi sirviente se sanará.
Porque yo –que no soy más que un oficial subalterno, pero tengo soldados a mis órdenes– cuando digo a uno: "Ve", él va; y a otro: "Ven", él viene; y cuando digo a mi sirviente: "¡Tienes que hacer esto!", él lo hace».
Al oír estas palabras, Jesús se admiró de él y, volviéndose a la multitud que lo seguí, dijo: «Yo les aseguro que ni siquiera en Israel he encontrado tanta fe».
Cuando los enviados regresaron a la casa, encontraron al sirviente completamente sano.
EL LIBRO DEL PUEBLO DE DIOS La Biblia (Traducción argentina) 1990
La suegra de Pedro
Evangelio según San Mateo (Mateo 8, 14-17)
Cuando Jesús llegó a la casa de Pedro, encontró a la suegra de este en cama con fiebre.
Le tocó la mano y se le pasó la fiebre. Ella se levantó y se puso a servirlo.
Al atardecer, le llevaron muchos endemoniados, y él, con su palabra, expulsó a los espíritus y curó a todos los que estaban enfermos, para que se cumpliera lo que había sido anunciado por el profeta Isaías: "El tomó nuestras debilidades y cargó sobre sí nuestras enfermedades".
EL LIBRO DEL PUEBLO DE DIOS La Biblia (Traducción argentina) 1990
Evangelio según San Marcos (Marcos 1, 29-31)
Cuando salió de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron de inmediato.
El se acercó, la tomó de la mano y la hizo levantar. Entonces ella no tuvo más fiebre y se puso a servirlos.
EL LIBRO DEL PUEBLO DE DIOS La Biblia (Traducción argentina) 1990
Evangelio según San Lucas (Lucas 4, 38-39)
Al salir de la sinagoga, entró en la casa de Simón. La suegra de Simón tenía mucha fiebre, y le pidieron que hiciera algo por ella.
Inclinándose sobre ella, Jesús increpó a la fiebre y esta desapareció. En seguida, ella se levantó y se puso a servirlos.
EL LIBRO DEL PUEBLO DE DIOS La Biblia (Traducción argentina) 1990
El Paralítico
Evangelio según San Mateo (Mateo 9, 1-8)
Jesús subió a la barca, atravesó el lago y regresó a su ciudad.
Entonces le presentaron a un paralítico tendido en una camilla. Al ver la fe de esos hombres, Jesús dijo al paralítico: «Ten confianza, hijo, tus pecados te son perdonados». Algunos escribas pensaron: «Este hombre blasfema:. Jesús, leyendo sus pensamientos, les dijo: «¿Por qué piensan mal? ¿Qué es más fácil decir: "Tus pecados te son perdonados", o "Levántate y camina"? Para que ustedes sepan que el Hijo del hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados –dijo al paralítico– levántate, toma tu camilla y vete a tu casa».
El se levantó y se fue a su casa. Al ver esto, la multitud quedó atemorizada y glorificaba a Dios por haber dado semejante poder a los hombres.
EL LIBRO DEL PUEBLO DE DIOS La Biblia (Traducción argentina) 1990
Evangelio según San Marcos (Marcos 2, 1-12)
Unos días después, Jesús volvió a Cafarnaúm y se difundió la noticia de que estaba en la casa.
Se reunió tanta gente, que no había más lugar ni siguiera delante de la puerta, y él les anunciaba la Palabra.
Le trajeron entonces a un paralítico, llevándolo entre cuatro hombres.
Y como no podían acercarlo a él, a causa de la multitud, levantaron el techo sobre el lugar donde Jesús estaba, y haciendo un agujero descolgaron la camilla con el paralítico. Al ver la fe de esos hombres, Jesús dijo al paralítico: «Hijo, tus pecados te son perdonados». Unos escribas que estaban sentados allí pensaban en su interior: «¿Qué está diciendo este hombre? ¡Está blasfemando! ¿Quién puede perdonar los pecados, sino sólo Dios?
Jesús, advirtiendo en seguida que pensaban así, les dijo: «¿Qué están pensando? ¿Qué es más fácil, decir al paralítico: "Tus pecados te son perdonados", o "Levántate, toma tu camilla y camina"? Para que ustedes sepan que el Hijo de hombre tiene sobre la tierra el poder de perdonar los pecados–dijo al paralítico– yo te lo mando, levántate, toma tu camilla y vete a tu casa».El se levantó en seguida, tomó su camilla y salió a la vista de todos. La gente quedó asombrada y glorificaba a Dios, diciendo: «Nunca hemos visto nada igual».
EL LIBRO DEL PUEBLO DE DIOS La Biblia (Traducción argentina) 1990
La hija de Jairo
Evangelio según San Mateo (Mateo 9, 18-19)
Mientras Jesús les estaba diciendo estas cosas, se presentó un alto jefe y, postrándose ante él, le dijo: «Señor, mi hija acaba de morir, pero ven a imponerle tu mano y vivirá». Jesús se levantó y lo siguió con sus discípulos.
EL LIBRO DEL PUEBLO DE DIOS La Biblia (Traducción argentina) 1990
Evangelio según San Marcos (Marcos 5, 35-43)
Todavía estaba hablando, cuando llegaron unas personas de la casa del jefe de la sinagoga y le dijeron: «Tu hija ya murió; ¿para qué vas a seguir molestando al Maestro?».
Pero Jesús, sin tener en cuenta esas palabras, dijo al jefe de la sinagoga: «No temas, basta que creas». Y sin permitir que nadie lo acompañara, excepto Pedro, Santiago y Juan, el hermano de Santiago,
fue a casa del jefe de la sinagoga. Allí vio un gran alboroto, y gente que lloraba y gritaba.
Al entrar, les dijo: «¿Por qué se alborotan y lloran? La niña no está muerta, sino que duerme». Y se burlaban de él. Pero Jesús hizo salir a todos, y tomando consigo al padre y a la madre de la niña, y a los que venían con él, entró donde ella estaba.
La tomó de la mano y le dijo: «Talitá kum», que significa: «¡Niña, yo te lo ordeno, levántate».
En seguida la niña, que ya tenía doce años, se levantó y comenzó a caminar. Ellos, entonces, se llenaron de asombro, y él les mandó insistentemente que nadie se enterara de lo sucedido. Después dijo que le dieran de comer.
EL LIBRO DEL PUEBLO DE DIOS La Biblia (Traducción argentina) 1990
Evangelio según San Lucas (Lucas 8, 49-56)
Todavía estaba hablando, cuando llegó alguien de la casa del jefe de sinagoga y le dijo: «Tu hija ha muerto, no molestes más al Maestro».
Pero Jesús, que había oído, respondió: «No temas, basta que creas y se salvará».
Cuando llegó a la casa no permitió que nadie entrara con él, sino Pedro, Juan y Santiago, junto con el padre y la madre de la niña.
Todos lloraban y se lamentaban. «No lloren, dijo Jesús, no está muerta, sino que duerme».
Y se burlaban de él, porque sabían que la niña estaba muerta.
Pero Jesús la tomó de la mano y la llamó, diciendo: «Niña, levántate».
Ella recuperó el aliento y se levantó en el acto. Después Jesús ordenó que le dieran de comer. Sus padres se quedaron asombrados, pero él les prohibió contar lo que había sucedido.
EL LIBRO DEL PUEBLO DE DIOS La Biblia (Traducción argentina) 1990
L'hemorroísa
Evangelio según San Mateo (Mateo 9, 20-22)
Entonces de le acercó por detrás una mujer que padecía de hemorragias desde hacía doce años, y le tocó los flecos de su manto, pensando: «Con sólo tocar su manto, quedaré curada».
Jesús se dio vuelta, y al verla, le dijo: «Ten confianza, hija, tu fe te ha salvado». Y desde ese instante la mujer quedó curada.
EL LIBRO DEL PUEBLO DE DIOS La Biblia (Traducción argentina) 1990
Evangelio según San Marcos (Marcos 5, 25-34)
Se encontraba allí una mujer que desde hacia doce años padecía de hemorragias.
Había sufrido mucho en manos de numerosos médicos y gastado todos sus bienes sin resultado; al contrario, cada vez estaba peor.
Como había oído hablar de Jesús, se le acercó por detrás, entre la multitud, y tocó su manto, porque pensaba: «Con sólo tocar su manto quedaré curada».
Inmediatamente cesó la hemorragia, y ella sintió en su cuerpo que estaba curada de su mal.
Jesús se dio cuenta en seguida de la fuerza que había salido de él, se dio vuelta y, dirigiéndose a la multitud, preguntó: «¿Quién tocó mi manto?».
Sus discípulos le dijeron: «¿Ves que la gente te aprieta por todas partes y preguntas quién te ha tocado?».Pero él seguía mirando a su alrededor, para ver quién había sido.
Entonces la mujer, muy asustada y temblando, porque sabía bien lo que le había ocurrido, fue a arrojarse a los pies y le confesó toda la verdad.
Jesús le dijo: «Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz, y queda curada de tu enfermedad».
EL LIBRO DEL PUEBLO DE DIOS La Biblia (Traducción argentina) 1990
Evangelio según San Lucas (Lucas 8, 40-48)
A su regreso, Jesús fue recibido por la multitud, porque todos lo estaban esperando.
De pronto, se presentó un hombre llamado Jairo, que era jefe de la sinagoga, y cayendo a los pies de Jesús, le suplicó que fuera a su casa, porque su única hija, que tenía unos doce años, se estaba muriendo. Mientras iba, la multitud lo apretaba hasta sofocarlo.
Una mujer que padecía de hemorragias desde hacía doce años y a quien nadie había podido curar, se acercó por detrás y tocó los flecos de su manto; inmediatamente cesó la hemorragia. Jesús preguntó: «¿Quién me ha tocado?». Como todos lo negaban, Pedro y sus compañeros le dijeron: «Maestro, es la multitud que te está apretujando». Pero Jesús respondió: «Alguien me ha tocado, porque he sentido que una fuerza salía de mí».
Al verse descubierta, la mujer se acercó temblando, y echándose a sus pies, contó delante de todos por qué lo había tocado y cómo fue curada instantáneamente.
Jesús le dijo entonces: «Hija, tu fe te ha salvado, vete en paz».
EL LIBRO DEL PUEBLO DE DIOS La Biblia (Traducción argentina) 1990
La llamada
La primera cosa que Jesús hizo en su ministerio público fue «llamar», es la llamada de los dos primeros discípulos. Jesús los llama por su nombre, los llama para que sigan su camino y les pide que dejen todo lo que tienen en función de la novedad que les será anunciada y de la misión en la que serán partícipes. En primer lugar, esta llamada necesita una conversión, es decir, dirigir la propia mirada hacia Él y seguirle con el deseo de conformarse a su persona. La vocación encuentra ya una primera revelación en el nombre de cada uno, por esto Jesús llamará a Simón, Pedro, porque su misión y su llamada será la de ser roca sobre la que fundar la Iglesia de Cristo. Además, los apóstoles son llamados uno a uno y por su nombre, para ser identificados en su unicidad.
En la llamada, la primera experiencia que el hombre hace es una fuerte e íntima relación con Dios, solo este tipo de relación permite a los discípulos, que se sienten amados, tomar la decisión de seguir a Jesús con total radicalidad. La promesa que Jesús les hace a Pedro y a Andrés es muy ambiciosa y requerirá un abandono y una confianza total. Abandonarán sus propios esquemas y formas de pensar para acoger la vida como un don de Dios en su totalidad, para acoger la llamada como un nuevo camino a recorrer dejando atrás los propios proyectos. Se puede hablar de dos tipos de llamada: una que exige la fe de los discípulos y la otra que les llama a la perfección, al seguimiento incondicional en la vida del Maestro.
El lugar y el tiempo en el que los discípulos se encuentran con Jesús son los de su cotidianidad. En un contexto como este, Jesús se dirige a Pedro y Andrés, llamándoles para que le sigan y les llama mientras están realizando su trabajo, mientras se ocupan de su vida.
También el lenguaje que Jesús utiliza con sus discípulos pertenece al ambiente del que provienen y es cercano a lo que ellos han vivido. Se dirige a ellos diciendo: «Seguidme, os haré pescadores de hombres». Desde aquel momento, lo que era una sencilla vida de pescadores en el lago Tiberiades se convierte en una vocación de misión y anuncio del amor de Dios; y ellos dejaron las redes, la barca y la familia para seguir a Jesús.
Además, podemos notar cómo la llamada se realiza en pareja, son llamados dos hermanos: Pedro y Andrés. Esto porque la pareja es la base de la fraternidad y la vocación encuentra su realización en la vida comunitaria. Además, la misión a la que serán enviados se realiza de manera completa si se comparte y se experimenta dentro de una comunidad. Y aquí podemos ver un nuevo pasaje: los discípulos llamados son enviados para llevar el anuncio de la Buenas Nueva y del amor de Jesús a todos los hombres. La misión es la expresión y el resultado natural de sentirse amados y llamados por el Señor. Como ya se ha dicho, la vocación y la misión son comunitarias, porque la comunidad es punto de salida y de llegada de la llamada de cada uno; de hecho, solamente en la relación con los hermanos, los discípulos pueden experimentar la fraternidad, ya que no es posible reconocerse como hijos si no se descubre también el hecho de ser hermanos. En este contexto nace la Iglesia, la primera comunidad de fe que encuentra en Jesús sus raíces.
La verdadera Iglesia: María y Pedro
A Cafarnaún también vino María, la Madre, con Jesús y por Jesús (Jn 2, 12; Mc 3, 31 ss; cf La T.S. 1990, 242-46). Aquí ella se nos revela y se entrega como «la Virgen que escucha» (MC 17), como «la primera discípula de su Hijo» (Red. Mater 20): primera en todos los sentidos, por tiempo y calidad (LG 58). Aquí, en la casa de Simón Pedro, ciertamente se encontró con el Príncipe de los Apóstoles y comenzó así la doble dimensión mariana y apostólico-petrina de la verdadera Iglesia que fue bien observada por santa Brígida de Suecia en el siglo XIV (Revel. IV,139ss) y, más cercano a nosotros, por Juan Pablo II (Disc. 22.12.1987).
L. Cignelli, La grazia dei luoghi santi, Jerusalem 2005, 45-46.
«Se trataba de una especie de acción combinada de entendimiento: ella rezaba, Jesús actuaba; Jesús predicaba y hacía milagros, ella colaboraba con todo el sacrificio de sí misma». (G. Venturini, La Donna di Nazareth, Génova 1988, 105).
El dato bíblico sobre las dos estancias de María en Cafarnaún es, como siempre, muy sintético pero de contenido inagotable y siempre rico en sorpresas. Podemos analizarlo sin fin (Sal 119, 96; Sab 7, 14), para nuestra edificación y consolación (Hch 20, 32; Rm 15, 4).
La primera estancia nos viene referida por un testimonio ocular: el apóstol san Juan, el benjamín de Jesús (Jn 19,26), el discípulo que más se parecía al Maestro, como pensaban san Efrén el Sirio (De virg. 25,9) y María Valltorta (o. c. 11,54 y 434).
«Después de este suceso, bajó hasta Cafarnaún junto con su madre, los hermanos y sus discípulos, y se detuvieron allí unos pocos días» (Jn 2,12). Fue por tanto, una estancia breve, de «pocos días»; tuvo lugar, con toda probabilidad, en la casa de Simón Pedro (Mc 1,29; 2, I); y no tuvieron que ocurrir episodios desagradables. Cafarnaún, como Nazaret, no ha desilusionado todavía a Jesús, esto sucederá más tarde (Lc 4,22ss; 10, 15; Mt 11, 23s).
Es superfluo decir que el Señor y, con él su Madre, vayan a Cafarnaún como a Caná y otros sitios, únicamente para hacer el bien (Lc 1, 39ss; 4, 31 ss; Hch 10,38). «Cada cosa hecha por Jesús es un misterio y sirve para nuestra salvación», nos recuerda san Jerónimo (In Marcum 11, 1-10).
Respecto a la Virgen, en esta primera visita a Cafarnaún continúa con la obra iniciada oficialmente en Caná, la de mediadora de todas las gracias y educadora de los hermanos y discípulos del Hijo. Así, María, la mujer fiel, rescata y eleva a lo sublime la vocación femenina: sembrar en todas partes la bondad y la alegría (Lc 1,39ss; Jn 2, 1ss); mientras que Eva, la mujer infiel, siembra por todas partes división y dolor (Gén 3,6ss; Sir 25, 12ss). Naturalmente, aquí como en otros lugares, la Madre lo hace todo en perfecta sintonía con el Hijo. Los dos aparecen inseparables ya en el Evangelio, como lo serán después en la Liturgia y en la vida auténtica de la Iglesia. Esto es lo que los místicos, estos poetas del mundo espiritual, nos enseñan desde siempre.
Por lo que María, siempre entregada completamente a la persona y a la obra del Hijo, está en Cafarnaún «sirviendo al misterio de la redención, bajo Él y con Él» (LG 56), haciéndolo todo de puntillas. Por otra parte, su presencia, por muy discreta que sea, es siempre visible. Así los habitantes del poblado pudieron verla y aprender a conocerla, al menos de cara, tanto que un día pudieron decir: «De él conocemos... la madre» (Jn 6,42).
La segunda estancia es recogida por los sinópticos, especialmente por san Marcos, que la desarrolla ampliamente, por lo que damos preferencia a su relato. Pero, antes, unas palabras de ambientación.
Jesús es un hijo diferente de los demás hijos y, además, contestado por los jefes religiosos y políticos del país (Mc 2,6ss; 3,2.6.22ss). La Madre le sigue como puede y acude cada vez que la intuición materna le hace presentir un peligro. En un cierto momento, el incómodo profeta es tachado de loco, con la intención evidente de hacer que desaparezca (Mc 3,21). Sabemos que entre loco y delincuente la diferencia es mínima a efectos prácticos: ambos son encarcelados, considerados peligrosos para el orden público…
De aquí viene la preocupación de los familiares y, en particular, de la Madre, de aquella que «todos sus pensamientos dirigió siempre y únicamente al Hijo de Dios y suyo» (S. Bernardino de Siena).
«Llegan mientras tanto su madre y sus hermanos y, estando fuera, mandaron llamarlo, mientras una multitud estaba sentada alrededor de Él. Le dijeron: - Están aquí fuera tu madre, tus hermanos y tus hermanas, que te están buscando-. Pero él les respondió: - ¿Quiénes son mi madre y mis hermanos? - Por lo que, fijando la mirada sobre los que estaban sentados a su alrededor, dijo: - ¡Aquí están mi madre y mis hermanos! Porque quien haga la voluntad de Dios es mi hermano, mi hermana y mi madre –“(Mc 3,20-21. 31-35).
Naturalmente debemos distinguir a la Madre del resto de familiares del Señor; estos, desgraciadamente, no creen en Él (Jn 7,6); Ella, en cambio, es la creyente «bienaventurada» y ejemplar (Lc 1,45); tanto que un día el mismo Hijo la entregará como «madre» y sostén de la nueva familia que empezó a formarse (Jn 19,26s). Él, por su parte, no se deja ganar en generosidad (Mc 1 0,29s). Así como la Madre nos lleva y nos entrega a su Hijo (Jn 2,5), así el Hijo nos lleva y nos entrega a la Madre (Jn 19,26). Y los verdaderos creyentes, tal y como acogen a Jesús de María, acogen también a María de Jesús (Lc 1,42s; Jn 19,27), haciéndose partícipes de su binaventuranza filial. La Virgen Madre, de hecho, es el don más exquisito del Padre celeste al Hijo hecho hombre y, en él, a todos los creyentes. «¿Quién es más bella y dulce que María?» (San Gabriel de la Dolorosa). Y, sobre todo, «la mejor de las madres» (papa Juan Pablo II).
De esta manera, la Iglesia Católica, guiada por el Espíritu de la verdad (Jn 16,13), ha entendido siempre el episodio antes citado en unión con otro similar (Lc 11,27ss): «Durante su predicación, (la Madre) reunió las palabras con las que el Hijo, exaltando el Reino que está por encima de las relaciones y de los vínculos de la carne y de la sangre, proclamó bienaventurados a los que escuchan y custodian la palabra de Dios (cf. Mc 3,35; Lc 11,27ss), como Ella fielmente hacía» (cf. Lc 2,19.51; LG 58); Ella, que era «la Virgen que escucha» (Mar. cultus 17), «la primera discípula de su Hijo», antes por tiempo y por calidad (R. Mater 20), es decir «la primera de la clase» (G. Meaolo).
A su vez, santa Teresita observa con fina intuición la alegría de la Virgen por las palabras de Jesús sobre el parentesco espiritual: «¡Oh Virgen inmaculada, oh madre dulcísima! Tú no te entristeces escuchando a Jesús. Al contrario, te alegras de que Él nos explique que nuestra alma será su familia aquí abajo. Sí, te alegras de que nos entregue su vida, los tesoros infinitos de su divinidad. ¿Cómo no amarte, no bendecirte, oh María, por esta generosidad tuya hacia nosotros?» (Poesías 34,21; Ed. Ancora 1968, 230).
La Virgen es madre y, como tal, no conoce celos ni rivalidad. Es existencia pura de amor por nosotros, hijos en el Hijo (Gal 3,26); se entrega a todos según la necesidad de cada uno (Hch 1,14; 4,35). Por ello, «la Iglesia Católica, guiada por el Espíritu Santo, con afecto de piedad filial la venera como madre amantísima» (LG 53), «madre amantísima» (Pablo VI, Disc. 21-11-64), y la imita «como su figura y excelentísimo modelo de fe y de caridad» (LG 53).
María es nuestro modelo, precisó Pablo VI, «porque, en su condición concreta de vida, Ella se adhirió total y conscientemente a la voluntad de Dios (cf. Lc 1,38); porque acogió su palabra y la puso en práctica; porque sus acciones estaban movidas por la caridad y el espíritu de servicio; porque, en resumen, fue la primera y más perfecta seguidora de Cristo y esto tiene un valor ejemplar, universal y permanente» (Mar. cultus 35).
Ce ella, madre y modelo, podemos y debemos aprender cómo se vive la fe cristiana, cómo se transforma en Iglesia, es decir, humanidad auténtica e integral, liberada y movida hacia lo divino. Y es Él mismo, Jesús, quien lo quiere. En Caná, la Madre nos ha llevado a la escuela del Hijo (Jn 2,5); aquí, en Cafarnaún, es el Hijo quien nos lleva a la escuela de la Madre. Él quiere que aprendamos de ella a ser familia, es decir «hermano, hermana y madre» (Mc 3,35). Y esto se realiza compartiendo aquel sí a la «palabra-voluntad de Dios» (Lc 8,21; Mc 3,35), su auténtica grandeza como Madre (Lc 1,45; 11,28), y que para todos constituye el secreto de la vitalidad y fecundidad espiritual, dado que «todo» nace y crece de la «Palabra de Dios viva y eterna» (l Pe 1,23; 2,2; Sal 33,9).
Para nosotros, aceptar a María así, como madre y modelo de vida, es un deber y una obligación al mismo tiempo. Significa compartir la elección del discípulo amado (Jn 19,27) y de la Iglesia naciente (Hch 1,14 ); elección sumamente benéfica, que salva y cristifica. Recordamos las palabras proféticas de Pablo VI: «Si queremos ser cristianos, debemos ser marianos» (Homilía 24-4-70).
El apóstol Pedro
Aquí Él a los primeros colaboradores o apóstoles, con Simón Pedro como jefe (Lc 5,10s). De este hombre, que será su vicario, lo ha tomado todo: persona, oficio, casa, llevando todas las cosas a la perfección (Lc 4,38; 5,3ss).
L. Cignelli, La grazia dei luoghi santi, Jerusalem 2005, 45.
El vocabulario técnico utilizado por los pescadores se difumina por todo el fragmento, sugiriendo al lector seriamente la imagen de la pesca como metáfora de la obra de Jesús y como imagen de la Iglesia del tiempo presente (Agustín). Ya que Cristo se encuentra presente en la barca, esta se convierte en símbolo de la Iglesia (Máximo de Turín). El milagro se refiere a la pesca de hombres a través del ministerio de la gracia que funda la Iglesia y la hace crecer hasta hoy. Jesús conduce el pueblo hasta su Iglesia mediante la predicación del Evangelio (Cirilo de Alejandría). Esta Iglesia tiene que navegar como Noé (Máximo de Turín). Al igual que los profetas trabajaron durante toda la noche, también lo hicieron los apóstoles. Una barca representa a los judíos y la otra, demasiado cargada, a los gentiles (San Efrén el Sirio). Pedro, como los demonios, reconoce que Jesús es el Santo de Dios y su temor nace del hecho de encontrarse ante la presencia de la santidad como pecador (Cirilo de Alejandría). Pescar hombres significa predicarles el reino de Dios en Jesús y llevarlos a este reino a través del sacramento de la Iglesia (Máximo de Turín).
La Bibbia commentata dai Padri-Nuovo testamento a cura di A. A. Just Jr, Citta Nuova, Roma 2006.
El apóstol Pedro, el apóstol primero, aquel que fue llamado en las orillas del mar de Galilea, responde con inmediatez y generosidad. El ambiente en el que se realiza su llamada es el de su cotidianidad, que ya revela la misión que Simón realizará en su vida. Jesús le dice: «Te haré pescador de hombres», señalando su misión futura como jefe de la Iglesia. El papel de Pedro será siempre el de un líder, un papel importante en el grupo de los apóstoles; será siempre el portavoz y punto de referencia. Su relación con Jesús lo transforma profundamente y es indicativo también de que esta relación fue tan familiar, el hecho de que su casa se transformó en centro y lugar en el que Jesús vivió. Este aspecto demuestra la relación de intimidad y de familiaridad que se creó entre el maestro y el discípulo. Jesús entra en la casa de Pedro, vive allí como si fuera su casa.
Pedro también se presentará débil y frágil, pero esto revela que ¡Pedro es el primero por gracia, no por mérito!
Será en esta dimensión cuando Jesús dará un nuevo nombre al apóstol, que no se llamará más Simón sino Pedro (Cefa/Roca), afirmando todavía más su vocación: él será el fundamento rocoso de la nueva comunidad que Cristo está fundando, llamando a los discípulos para que le sigan y vivan con él.
El Evangelio revelado a los sencillos
Evangelio según San Mateo (Mateo 11, 25-27)
En esa oportunidad, Jesús dijo: «Te alabo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, por haber ocultado estas cosas a los sabios y a los prudentes y haberlas revelado a los pequeños.
Sí, Padre, porque así lo has querido.
Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.
Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré.
Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio.
Porque mi yugo es suave y mi carga liviana.
EL LIBRO DEL PUEBLO DE DIOS La Biblia (Traducción argentina) 1990
Evangelio según San Mateo (Mateo 18, 1-5)
En aquel momento los discípulos se acercaron a Jesús para preguntarle: «¿Quién es el más grande en el Reino de los Cielos?».
Jesús llamó a un niño, lo puso en medio de ellos y dijo: «Les aseguro que si ustedes no cambian o no se hacen como niños, no entrarán en el Reino de los Cielos.
Por lo tanto, el que se haga pequeño como este niño, será el más grande en el Reino de los Cielos.
El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí mismo.
EL LIBRO DEL PUEBLO DE DIOS La Biblia (Traducción argentina) 1990
Evangelio según San Marcos (Marcos 9, 33-37)
Llegaron a Cafarnaúm y, una vez que estuvieron en la casa, les preguntó: «¿De qué hablaban en el camino?».
Ellos callaban, porque habían estado discutiendo sobre quién era el más grande.
Entonces, sentándose, llamó a los Doce y les dijo: «El que quiere ser el primero, debe hacerse el último de todos y el servidor de todos».
Después, tomando a un niño, lo puso en medio de ellos y, abrazándolo, les dijo: «El que recibe a uno de estos pequeños en mi Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe, no es a mí al que recibe, sino a aquel que me ha enviado».
EL LIBRO DEL PUEBLO DE DIOS La Biblia (Traducción argentina) 1990
Evangelio según San Lucas (Lucas 9, 46-48)
Entonces se les ocurrió preguntarse quién sería el más grande.
Pero Jesús, conociendo sus pensamientos, tomó a un niño y acercándolo, les dijo: «El que recibe a este niño en mi Nombre, me recibe a mí, y el que me recibe a mí, recibe a aquel que me envió; porque el más pequeño de ustedes, ese es el más grande».
EL LIBRO DEL PUEBLO DE DIOS La Biblia (Traducción argentina) 1990