En la tarde del Jueves Santo, los frailes de la Custodia de Tierra Santa celebraron la misa in Coena Domini en la sala del Cenáculo, a las afueras de los muros de la ciudad vieja de Jerusalén.
“Aquí podemos experimentar el amor que llega hasta entregarse a sí mismo, y aquí recibimos la llamada a amar como Jesús nos amó”, empezó su homilía (aquí el texto completo) el Custodio de Tierra Santa, fray Francesco Patton, que presidió la misa.
En el Monte Sion se encuentra el Cenáculo, la “sala en el piso de arriba” donde, según la tradición cristiana, Jesús celebró la Última Cena con sus discípulos. En este mismo lugar sucedió el lavatorio de los pies y, después de la resurrección, el descenso del Espíritu Santo el día de Pentecostés.
“Aquí – continuó el Custodio en su homilía – también recibimos como regalo lo que nos hace capaces de amar: la Eucaristía. Jesús luego nos pidió “hacer esto en memoria suya”, trasmitir este don a nuestra vez, de generación en generación, hasta que haya transformado a toda la humanidad.
Durante la celebración, el Custodio de Tierra Santa recordó el gesto del lavatorio de los pies realizado por Jesús a sus apóstoles, repitiéndolo simbólicamente en seis alumnos y seis profesores del Terra Santa School de Jerusalén, como signo concreto de amor y servicio.
“Durante la última cena – concluyó el Custodio – Jesús no nos propone un martirio heroico de sangre, sino el diario del servicio mutuo”.
Una vez terminada la celebración en el Cenáculo, los franciscanos continuaron su peregrinación visitando la iglesia de Santiago de los Armenios y la de los Santos Arcángeles, parar renovar el recuerdo de la hospitalidad recibida en estos lugares en el siglo XVI. Tras este momento de homenaje, los frailes se dirigieron a la iglesia sirio-ortodoxa de San Marcos, que la tradición siria identifica con la antigua casa de María, madre del evangelista Marcos, y lugar donde tuvo lugar la Última Cena.
Lucia Borgato