De nuevo este año se celebró en Belén la Nochebuena, la solemnidad tan esperada por todo el mundo cristiano, que culminó con la misa nocturna de la Natividad de nuestro Señor Jesucristo, en presencia de numerosos peregrinos, fieles y religiosos que quisieron estar presentes en el lugar de su nacimiento. Las celebraciones fueron presididas por el Patriarca Latino Su Beatitud Pierbattista Pizzaballa.
Por la mañana, en la sede del Patriarcado Latino de Jerusalén, monseñor Pizzaballa recibió a fray Amjad Sabbara, párroco de la iglesia latina de Jerusalén, junto con la comunidad local de San Salvador. Desde allí se dirigió en procesión a Belén: según la tradición, en su camino se detuvo delante del monasterio greco-ortodoxo de Mar Elias y frente la tumba de Raquel, para reunirse con las autoridades civiles y religiosas de la zona. Tras cruzar el muro de separación entre los territorios israelíes y palestinos, se dirigió a Belén.
Una gran multitud lo esperaba frente a la basílica de la Natividad, a pesar de la lluvia que no desanimó a las familias y jóvenes que festejaban: el Patriarca cruzó a pie la Vía de la Estrella, acompañado por el vicario de la Custodia de Tierra Santa, fray Ibrahim Faltas, y precedido por numerosos grupos de scout locales que con tambores y gaitas desfilaron por las calles. En la gran Plaza del Pesebre, S.B. Pizzaballa fue recibido por el alcalde de Belén, Anton Salman y después, ante la basílica de la Natividad, por fray Enrique Segovia, guardián del convento franciscano de Belén, y por los representantes de las comunidades greco-ortodoxas y armenias que, junto con los franciscanos, gestionan la basílica.
Las primeras vísperas, celebradas en la iglesia de Santa Catalina, y la procesión a la gruta de la Natividad dieron inicio oficialmente a la solemnidad litúrgica de la Navidad. Antes de la misa de vigilia, a las 19:00 hora local, tuvo lugar una cena en la que participaron el Patriarca y el Custodio de Tierra Santa, fray Francesco Patton, el presidente de la Autoridad Palestina Maḥmūd ʿAbbās, los canónigos del Patriarcado y otras autoridades civiles y militares.
A medianoche, en una iglesia llena y en temblorosa espera, comenzó la celebración eucarística, presidida por el Patriarca y en presencia de los cónsules generales de España, Italia, Francia y Bélgica, las cuatro naciones declaradas católicas, mientras una gran pantalla instalada junto a la plaza permitía a todos los fieles que se habían quedado fuera de la basílica seguir la misa. El canto del Gloria resonó, solemne y gozoso, para proclamar el nacimiento de Jesús y alabar a Dios.
Durante la homilía, el Patriarca quiso recordar las situaciones de guerra y abusos que sacuden al mundo de hoy: «Vemos con los ojos que la violencia parece haberse convertido en nuestro principal lenguaje, nuestra forma de comunicar». «En estos contextos tan desgarrados y heridos» ‒ continuó S.B. Pizzaballa ‒ «la primera y más importante vocación de nuestra Iglesia es ayudar a mirar el mundo también con el corazón, y recordar que la vida solo tiene sentido si está abierta al amor. Para nosotros, la comunidad de creyentes en Cristo, celebrar la Navidad significa crear, promover y ser motivo de misericordia, de compasión y de perdón. Significa traer a la vida de nuestro entorno tan herido ese Deseo lleno de compasión, que Dios nos manifestó con el nacimiento de Jesús».
Tras la misa, la imagen del Niño Jesús de la iglesia de Santa Catalina fue llevada en procesión a la gruta de la Natividad y el Patriarca Latino la colocó donde, según la tradición, se encontraba el pesebre: como entonces, también hoy Jesús nace para la salvación de la humanidad. “No temáis, os anuncio una buena noticia que será de gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador, el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”. Las palabras del evangelio de Lucas resuenan aquí, en la noche de Navidad, y especialmente en la gruta de la Natividad, que encierra el altar del pesebre. En este altar, hasta las cuatro de la tarde del día de Navidad, se suceden las misas en pequeños grupos, como alabanza constante en el lugar del nacimiento del Salvador. El Custodio de Tierra Santa, fray Francesco Patton, fue el primero en celebrar la misa en el lugar donde el Hijo de Dios se encarnó en la noche del mundo, en la oscuridad de nuestra miseria humana, para devolvernos un rostro humano».
Silvia Giuliano