Conmovedor y emotivo adiós a las monjas fallecidas en accidente de tráfico la vigilia de Navidad | Custodia Terrae Sanctae

Conmovedor y emotivo adiós a las monjas fallecidas en accidente de tráfico la vigilia de Navidad

29 Diciembre 2010

La lluvia, que no caía en Jerusalén desde hacía bastante tiempo, ha acompañado al cortejo fúnebre en los funerales celebrados por las hermanas sor Valeria Briccoli, sor Salvatorina Camilleri y sor Rania Haddad, en su camino hacia el cementerio franciscano del Monte Sión.

Las religiosas fallecieron trágicamente en un accidente de tráfico este 24 de diciembre pasado mientras se dirigían desde el santuario de las Bienaventuranzas, donde prestaban servicio, hacia Belén para asistir a las celebraciones de la Navidad. La misa de requiem ha estado presidida por el Patriarca, Mons. Fuwad Twal, en la iglesia de San Salvador, y concelebrada por el Custodio de Tierra Santa, fray Pierbattista Pizzaballa, el obispo auxiliar de Jerusalén, Mons. William Shomali, por el obispo auxiliar de Nazaret, Mons. Giacinto-Boulos Marcuzzo, por el arzobispo melquita de Galilia, Mons. Elías Chakour, el Nuncio apostólico, Mons. Antonio Franco, y por más de ciento treinta sacerdotes y religiosos venidos de todas partes de Israel.

En su monición de entrada, Mons. Twal ha comparado a las monjas fallecidas con las vírgenes sabias del evangelio que van al encuentro del Esposo y a las que el Esposo, el Señor Jesús, sale al encuentro con su nacimiento inminente. El Patriarca se ha unido al sufragio que, en el mismo momento, Mons. Salim estaba celebrando en Ammán, Jordania. De hecho, la más joven de las religiosas era jordana, sor Rania Haddad, con treinta y cuatro años, y en cuyo funeral estaba presente su dolorida madre. Las otras dos religiosas, la italiana sor Valeria Briccoli y la maltesa sor Salvatorina Camilleri, tenían, respectivamente, sesenta y siete años y eran muy conocidas por la acogida que dispensaban a los miles de peregrinos que visitan el santuario de las Bienaventuranzas en Galilea.

“Hoy el llanto nos reúne –ha dicho el padre Pierbattista Pizzaballa en la homilía-, un llanto que no es sólo mío sino el llanto de toda la comunidad que hoy se reúne en torno a las franciscanas misioneras del Corazón Inmaculado de María. Es el llanto de Jesús que, haciéndose hombre en su Natividad, ha asumido en todo la humanidad hasta acoger el dolor, el llanto y la muerte. Sí, en Navidad, ante la alegría de la Natividad del Señor, nos hemos sentido unidos al Jesús que llora la muerte de un amigo. Y estamos convencidos de que Él, el Emmanuel, en este momento está aquí y lleva, con cada uno de nosotros, el peso del sufrimiento y del dolor.
Ante tres muertes tan trágicas nuestros porqués no dejan espacio a exégesis ni teologías. En el silencio creado por nuestros porqués sin respuesta está la pregunta de Jesús a Marta, hermana de Lázaro: ¿crees, creemos nosotros, que Él es la resurrección y la vida y que quien cree en Él aunque muera, vivirá? ¿Lo creemos realmente? No hay resurrección sin muerte y no hay muerte en la fe en el Señor”. (Puede leer aquí la homilía)

Antes del rito de las exequias se han pronunciado algunas palabras de despedida. Sor Clara Caramagno, vicaria general de las Franciscanas Misioneras del Corazón Inmaculado de María, ha recordado que, por el misterio de la comunión de los santos, las hermanas difuntas no están separadas de las demás hermanas del Instituto sino unidas por un vínculo de amor en Cristo. A continuación ha tomado la palabra el embajador de Italia en Israel, don Luigi Mattiolo, muy emocionado por la amistad profunda que le unía con las religiosas y a las que había felicitado las fiestas navideñas pocos días antes. Tras él, el embajador de Malta, el señor Abraham Borg, ha rezado en maltés, la lengua materna de la hermana Salvatorina. Los últimos en hablar han sido el cónsul jordano en Tel Aviv, el Sr. Hassam Rahal, y el Sr. Teresio Dutto, en representación del ANSMI (Asociación Nacional del Socorro Misionero Italiano), presente en la misa junto con el presidente, don Maurizio Salietto.

Después del rito se ha formado una larguísima procesión que ha atravesado los barrios cristiano y armenio de Jerusalén pasando después por la Puerta de Sión hasta llegar al cementerio donde el párroco de Jerusalén, padre Feras Hejazin, ha impartido la última bendición a los féretros antes de su entierro. Todos los presentes han vuelto después al convento de San Salvador para dar el pésame a las religiosas y familiares de las hermanas difuntas.